Toda la historia de la humanidad ha sido una lucha entre la sabiduría y la estupidez. Los ángeles rebeldes, los seguidores de la sabiduría, han tratado siempre de abrir las mentes; la Autoridad y sus iglesias han tratado siempre de mantenerlas cerradas. Y durante la mayoría de ese tiempo, la sabiduría ha tenido que trabajar en secreto, susurrando su palabra, moviéndose como un espía a través de los lugares humildes del mundo, mientras que las cortes y los palacios son ocupados por sus enemigos.

jueves, 3 de diciembre de 2015

El callejón sin salida. Solución teórica a un problema político

En 1965, aparecía publicada “La revolución teórica de Marx”, del filósofo comunista Louis Althusser. Los ensayos que ahí aparecían tenían por objetivo “la investigación del pensamiento filosófico de Marx, indispensable para salir del callejón sin salida teórico en el que la historia nos había confinado.[1]  Sin embargo, para Althusser, la necesidad de encontrar una salida al callejón teórico era totalmente política. Dicho de otro modo, los artículos publicados eran la respuesta teórica a un problema político. Según el propio autor, son ensayos filosóficos cuyo objetivo es intervenir en la política, refiriéndose a ella a través de los problemas ideológicos y teóricos surgidos en ella[2].
La presente ponencia buscará reflexionar sobre la coyuntura política, las debilidades y desafíos del movimiento popular y sobre las tareas políticas y teóricas del marxismo. No se tratará, entonces, de una exposición filosófica sobre la obra de Althusser, sino sobre la significancia política de ésta, a partir de un diálogo con nuestra propia realidad política  en pleno siglo XXI.

1.

Partamos, entonces, por una breve caracterización de esta realidad política. Podríamos llamar a nuestra época –hablando desde una perspectiva comunista, claramente- como la época de la derrota. Nuestra práctica, nuestras concepciones, nuestro horizonte, nuestras consignas, llevan el estigma de la derrota. Incluso aquellas proclamas optimistas que buscan renegarla (“no somos sangre nueva para viejos fracasos”), dan cuenta de ella a gritos. Y es que los hechos terribles nos dejaron marcada con fuego su lección: no hay alternativas, la historia se acabó. No pretendo yo suscribir a la insostenible tesis de Francis Fukuyama de que no existe ninguna opción superior al capitalismo y la democracia liberal, pero resulta necesario reconocer que esta idea se ha consolidado como una realidad ideológica objetiva. La creencia de que no existen alternativas opera como un pesado telón de fondo que fija unos márgenes muy estrechos para la práctica teórica y política, donde cada día vemos que las diferencias se van diluyendo hasta llegar al punto de ser meros matices técnicos. Y, nuevamente, son los hechos mismos los encargados de enseñarnos brutalmente esta realidad. Por una parte tenemos partidos, otrora revolucionarios, que hoy miran el pasado con la vergüenza de quien, desde la madurez, recuerda alguna tontería juvenil. Y su conclusión es casi una prédica tomada de Fukuyama: fuimos ingenuos, planteamos cambios imposibles, hay que construir y avanzar sobre lo que existe. Por otra parte, las fuerzas políticas que han mantenido una postura anticapitalista encuentran escaso o nulo eco en las masas, ya que éstas no ven proyectos que se constituyan como opciones factibles a lo que hay. Y, digámoslo, no las ven porque no existen.
Hagamos una genealogía esquemática provisional de la derrota. Caen los proyectos socialistas: a nivel local la Unidad Popular, a nivel mundial la caída del Muro y la disolución de la Unión Soviética. Derrota política. La necesidad traumática de explicar y superar estas derrotas lleva a que dirigentes partidarios e intelectuales abandonen el marxismo, argumentando que éste no era capaz de cumplir esa tarea y que, al ser una “teoría totalizante” no podía dar cuenta de los fenómenos particulares e, inevitablemente, conducía al totalitarismo político. Derrota teórica. A su vez, lo anterior permite instalar una idea de mundo en la que no existen alternativas al capitalismo y que, por lo tanto, toda la política y todos los cambios deben hacerse dentro de ese marco. Derrota ideológica. He aquí pues, nuestro propio callejón sin salida del siglo XXI, sellado por una parte por las derrotas políticas que nos marcaron con fuego y sangre, por el sentido común masificado de que no hay opciones diferentes y por el abandono de las herramientas que, precisamente, son las únicas capaces de abrirnos paso. Porque al abandonarla, la teoría deja de desarrollarse y se congela. Claramente se sigue hablando de marxismo, pero como dice Althusser, salvo honrosas excepciones, generalmente es para combatirlo, condenarlo, digerirlo o revisarlo[3]. Y cuando no, se suele hacer desde la marginalidad académica y/o escasamente vinculados a movimientos políticos de masas.
Ahora bien, hacia finales de los ’90, y precisamente en América Latina, comenzaron a irrumpir gobiernos de izquierda; gobiernos que, parafraseando a Althusser, eran relámpagos que desgarraban la oscura noche neoliberal, al decir y mostrar que sí habían alternativas al neoliberalismo. Procesos como el venezolano, el boliviano y el ecuatoriano particularmente, son, sin lugar a dudas, intentos heroicos por devolverle al pueblo la soberanía y dignidad negada durante tanto tiempo por una minoría privilegiada. Y si bien sus logros son irrefutables, los años en el poder le están pasando la cuenta. En palabras de Atilio Borón, hoy somos testigos tanto de un estancamiento de los movimientos populares como de un reacomodo de las oligarquías y burguesías nacionales, que ponen a los gobiernos de izquierda frente a la siguiente encrucijada: o se profundizan las reformas o presenciamos la restauración conservadora[4].
La idea que quiero plantear es que esa encrucijada política nos remite a un problema teórico, pues como decía Lenin en el “¿Qué hacer?”, “sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario.”[5] En ese sentido, me interesa plantear ciertas tareas teóricas que desde el marxismo tenemos pendientes, a fin de poder entregar las herramientas políticas al movimiento popular, para que éste pueda salir de la encrucijada o callejón en el que se encuentra y así avanzar hacia el socialismo e impedir la restauración conservadora.

2.

Dado lo anterior, ¿por qué Althusser? Para responder esta pregunta es necesario leer sus textos a partir del escenario político en el que le toca producir, mencionado a lo largo de toda su obra (aunque me gustaría destacar el prólogo a la segunda edición de La revolución teórica de Marx y su prefacio Hoy).
A qué se enfrenta  Althusser,  cuál es el contexto político de su producción: escisión del movimiento comunista internacional, las críticas al “culto de la personalidad” y al dogmatismo stalinista emanadas a partir del XX° Congreso del PCUS. En particular le preocupa el abordaje que los comunistas soviéticos le estaban dando a sus problemas políticos con el vuelco al “humanismo socialista” cuyas garantías teóricas se encontraban en las obras de juventud de Marx. Aquí es donde entran de lleno las posiciones filosóficas que sostiene Althusser: el carácter científico del marxismo, la ruptura epistemológica que hay en su obra, la especificidad de su pensamiento que lo hace radicalmente distinto a cualquier otro anterior (no sólo al de Hegel, sino que también al de Smith y Ricardo) y los conceptos que son propios del marxismo. Como dije al comienzo, no me centraré en desarrollar en profundidad cada una de estas tesis, pero sí me interesa exponerlas aplicadas al contexto político de Althusser, para entender su crítica y así poder justificar su aplicación al presente.
Sobre el carácter científico del marxismo, no quiero discutir aquí si es o no es una ciencia, lo que me parece un poco estéril al menos por ahora, ya que la denominación que le demos no cambia el carácter del marxismo como disciplina. Dicho de otra manera, la capacidad explicativa del marxismo no está determinada por si decidimos definirla como ciencia o no. Simplemente me quedaré con que el marxismo es una teoría científica, en tanto tiene un objeto de estudio determinado y entrega las herramientas para conocerlo, más allá de sus apariencias. Por último, se puede hacer de la misma manera en que consideramos ciencias a las ciencias sociales. Ahora bien, más allá de todo eso, me parecen correctas las tesis del materialismo histórico respecto a las formaciones sociales, expuestas con magistral sencillez por Engels en la tumba de Marx, diciendo que éstedescubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés.[6] Esa capacidad de dar con la realidad profunda de los fenómenos sociales es lo que me hace defender el carácter científico del marxismo, contra toda otra teoría social, filosofía o ideología. Si queremos ser explícitos al nivel de la caricatura, cito a Lenin: el marxismo es todopoderoso porque es cierto.
Entonces, lo importante es que Althusser sostiene que es posible conocer una formación social a través de la teoría marxista, ya que sólo ésta entrega las herramientas, los conceptos, para conocer esa sociedad científicamente, es decir, realmente. Pero estos elementos no los encontramos en los textos –jamás publicados- de juventud de Marx, ya que abordaban  otras problemáticas. Sin embargo éstos entregaban garantías teóricas que permitían a los soviéticos su “liberación” del dogmatismo. Ahí se podían encontrar los fundamentos para una crítica al “culto de la personalidad” y para la valoración del ser humano con la que Stalin barrió. Pero, siendo marxistas, ¿nos contentaremos con explicar las falencias de un proceso político, la inmensa maquinaria estatal, la perduración de una estructura de clases y la imposibilidad de una democratización radical, a partir de un individuo? No parece creíble que todo el destino de una sociedad dependa de una sola persona. También la historia social se ha encargado de mostrar que los hechos históricos no se definen en los grandes eventos y personajes, sino que son procesos de largo aliento que se incuban en el seno de las relaciones sociales.
Por lo tanto, si tenemos conceptos como modo de producción, relaciones sociales de producción, fuerzas productivas, base económica, superestructura (o edificio) ideológico, plusvalía, clases, ¿por qué no explicar el stalinismo a través de estos conceptos? ¿Por qué se optó (y se sigue optando) por soluciones “ideológicas”? Probablemente porque el marxismo había sido congelado bajo la noche del dogmatismo y estaba incapacitado de entregar las respuestas que se necesitaban. Se echó mano a lo que había disponible, que era la salida fácil, si se quiere; las soluciones ideológicas cuyas garantías teóricas se encontraban en las obras de juventud de Marx y en sus fórmulas humanistas que ahí aparecían. El problema es que para Althusser “los efectos teóricos de la ideología representan siempre una amenaza o un obstáculo para el conocimiento científico; y señalaba que se debía interpretar la inflación de los temas del “humanismo marxista” y su usurpación de la teoría como el síntoma histórico probable de una doble impotencia y de un doble peligro. Impotencia para reflexionar sobre la especificidad de la teoría marxista, y peligro revisionista correlativo de confundirla con interpretaciones ideológicas pre-marxistas. Impotencia para resolver los problemas reales (políticos y económicos) planteados por la coyuntura posterior al XX Congreso y peligro de ocultar estos problemas bajo la “solución” engañosa de fórmulas puramente ideológicas.[7]
Podemos mirar retrospectivamente y concederle el punto a Althusser (o, al menos, el beneficio de la duda). Él estaba diciendo que “las dificultades teóricas en las que nos habíamos sumergido, bajo la noche del dogmatismo, no eran dificultades del todo artificiales, sino que se debían también al estado de no elaboración de la filosofía marxista; aún más, que en las formas congeladas y caricaturescas que habíamos soportado o mantenido […] estaba realmente presente un problema no solucionado; y finalmente que nuestra suerte y nuestra tarea es simplemente plantear y afrontar estos problemas abiertamente.[8] En otras palabras, Althusser ya notaba que había debates que no se querían afrontar abiertamente, en los términos propios del marxismo –que implicaban discusiones sobre relaciones sociales de producción, fuerzas productivas, explotación, estructura de clases- y que, en cambio, eran abordados a través de una ideología que, lejos de solucionar el problema, lo escondía, pues se quedaba en los síntomas y no en las causas reales de éste. Y para que se entienda bien la conexión entre el problema teórico y el político, en uno de los artículos que aparecen en  Lo que no puede durar en el Partido Comunista, Althusser –refiriéndose a otro problema- nos plantea cómo se debe tratar un error en política desde una perspectiva marxista: “La concepción marxista considera que lo importante es lo que el error esconde: las contradicciones estructurales de las que no es sino la manifestación. […] mientras no nos enfrentemos con esas contradicciones y las dominemos, las causas del error persisten.[9] Y persistieron, hasta que la situación no dio para más y la URSS tuvo que disolverse. Por eso me atrevo a decir que la historia le dio la razón a Althusser (así como se la dio a Lucio Magri también).
Las tesis de Althusser encuentran mucha reticencia, pero pocas veces son leídas políticamente o  en su contexto político. Pocas veces se explica el trasfondo político de su denuncia y cómo, a la larga, pareciera haber tenido razón. Porque viendo la experiencia histórica –si es que no bastara un examen comparativo de las dos problemáticas (la humanista del joven Marx y la del materialismo histórico)- queda en evidencia que las teorías humanistas no entregarán luces sobre cómo construir el socialismo.

3.

Entonces, ¿por qué Althusser hoy? Precisamente porque el problema político que veía, y guardando las proporciones, era similar al que tienen hoy día las fuerzas populares de intención socialista o comunista. Es el mismo, porque el problema siguió ahí, latente: la evasión teórica de los problemas reales (económicos y políticos). Y, aunque se da en contextos distintos, se traduce en el mismo problema político: ¿cómo seguir avanzando y profundizando un proceso socialista? O más aún, ¿cómo construir el socialismo?
Recapitulemos. El fin del dogmatismo stalinista ponía a los soviéticos ante un problema político que antes, por culpa del “culto”, no podía abordarse: cómo profundizar el socialismo. Esta pregunta, política, exigía un esfuerzo teórico. Dicho esfuerzo, compartiendo la opinión de Althusser, no se realizó correctamente. Se optó por tomar evasivas, por buscar “atajos” y garantías teóricas en lugares donde no debían buscarse. A la larga la URSS se desintegró, los proyectos socialistas/comunistas prácticamente desaparecieron y el marxismo se vio replegado a discusiones académicas de poco alcance. Los socialismos del siglo XXI surgen en este contexto y, por lo tanto, pilla a los teóricos “desprevenidos”, pues las cuestiones fundamentales que en el contexto de la URSS no fueron resueltas por los marxistas, siguen sin ser resueltas hoy. Y he aquí la importancia de Althusser: su denuncia teórica sigue sin ser recogida en los términos en que él la planteó, a saber, políticamente. El callejón teórico sin salida sigue cerrado, pues el marxismo aún no ha sido capaz de sacarse de encima la derrota que significó la caída de la URSS. Lograrlo depende de un doble desafío: explicar, en los términos del marxismo, por qué cayó la URSS y, a partir de esa explicación, construir una teoría del socialismo aplicada al contexto neoliberal del siglo XXI.  En palabras de John Roemer, “probablemente la mayor tarea del marxismo de hoy sea construir una teoría moderna del socialismo. Tal teoría debe incluir una explicación de las ineficiencias e injusticias del capitalismo moderno, así como un proyecto teórico para corregir esas fallas en una sociedad socialista factible.[10]
Para ver la vinculación entre esta falencia teórica y el problema político que enfrentan los procesos de izquierda de América Latina basta ir a los hechos mismos. Por una parte, es evidente que estos proyectos no son alternativas anticapitalistas. Y, claro, la respuesta más probable es que, así como el de la UP lo fue, son gobiernos instrumentales con miras al socialismo. El problema es que nadie sabe cómo dar el paso siguiente, porque si antiguamente teníamos el ejemplo de la URSS (para bien o para mal), hoy no tenemos ninguno. Sabemos que no queremos replicar el sistema de monopolio estatal, pero no hemos sido capaces de pensar el socialismo más allá de eso y de ahí la encrucijada que menciona Borón. Y una prueba de ello: la izquierda sigue replicando los debates del “culto de la personalidad” al hablar de Hugo Chávez o Fidel Castro, en lugar del discutir en los términos en que Althusser nos llama a discutir, que son los del marxismo, los cuales ya mencioné.

4.

Por lo tanto, para concluir, la solución para salir de este callejón sin salida es una: el estudio riguroso, “científico” y crítico de la obra de Marx y de los grandes desarrolladores de su teoría (Engels, Lenin, Luxemburgo, Gramsci, Mao, por mencionar sólo algunos).
Althusser nos deja algunas tareas para el movimiento comunista en la teoría, de las cuales quiero mencionar tres[11]:
         i.            Luchar contra la concepción del mundo burguesa y pequeñoburguesa que amenaza siempre la teoría marxista y la infiltra. Forma general, el economismo (hoy tecnocratismo) y su complemento espiritualista: el idealismo moral (hoy humanismo).
       ii.            Conquistar para el marxismo la mayoría de las ciencias humanas y, sobre todo, las ciencias sociales, que ocupan por impostura el “continente” científico de la Historia, del cual Marx nos dio las llaves.
      iii.            Desarrollar, con todo el rigor y la audacia requerida, la teoría marxista, uniéndolas a las exigencias e invenciones de la práctica de la lucha de las clases revolucionarias.
En lo personal, me parece que debemos centrar los debates en los siguientes puntos (evidentemente, no se trata de una lista exhaustiva): concebir nuevas formas de organizar la producción más allá del monopolio estatal; abordar los cambios que ha tenido la organización del trabajo en las últimas décadas, así como los cambios en la estructura de clases correspondiente; el status teórico de la explotación al interior de la URSS (sobre el cual hacen un interesante aporte marxistas analíticos como Roemer y Erik Olin Wright –interesados, precisamente, en explicar su persistencia en una sociedad sin propiedad privada); y, para no alargarme, la necesidad que tiene un proyecto anticapitalista de desarrollar las fuerzas productivas y la función que éstas deben cumplir en la lucha de clases y en el socialismo.
Afrontar estos debates abiertamente –con todas las dificultades que ello puede implicar- será la única forma de encontrar las contradicciones estructurales que nos llevan al error y al estancamiento del avance popular. Desarrollar la teoría marxista, en sus términos, en su especificidad, es una tarea capital del movimiento comunista si quiere ser capaz de entender en profundidad el funcionamiento de nuestras sociedades en el marco de un capitalismo neoliberal en el siglo XXI. Es nuestra suerte y nuestra tarea afrontar estos problemas abiertamente, si queremos sacar al marxismo del callejón sin salida teórico en el que la historia nos ha confinado, condición sine qua non, a su vez, para salir del callejón sin salida político. Porque como bien señala Althusser, “los marxistas saben que ninguna táctica es posible si no descansa en una estrategia y ninguna estrategia si no descansa en una teoría.[12]



* Ponencia presentada en el III Encuentro de teoría y filosofía política UC. Disponible también en https://www.academia.edu/19510970/El_callej%C3%B3n_sin_salida._Soluci%C3%B3n_te%C3%B3rica_a_un_problema_pol%C3%ADtico.
[1] Luis Althusser, “Prefacio: hoy”, en La revolución teórica de Marx, Siglo XXI, México, 2004, p. 13.
[2] Prólogo, íbid., p. ix.
[3] Althusser, “La filosofía: arma de la revolución”, en Para leer El Capital, Siglo XXI, México, 2004, p. 8.
[4] Borón, “América Latina entre la profundización de los cambios y la restauración conservadora”, 2014. Disponible en http://www.atilioboron.com.ar/2014/10/america-latina-entre-la-profundizacion.html.
[5] Lenin, “¿Qué hacer?”, en Obras escogidas, Tomo I, Progreso, Moscú, 1961, p. 79.
[6] Friedrich Engels, “Discurso ante la tumba de Marx”. Disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm.
[7] Althusser, Prólogo, Op. Cit., p. xiv.
[8] Althusser, “Prefacio”, Op. Cit., p. 22.
[9] Althusser, Lo que no puede durar en el Partido Comunista, Siglo XXI, España, 1980, pp. 47-48.
[10] John E. Roemer (ed.), El marxismo: una perspectiva analítica, FCE, México, 1989, p. 11.
[11] Althusser, “La filosofía: arma de la revolución”, en Op. Cit., pp. 8-9.
[12] Althusser, “Marxismo y humanismo”, en La revolución teórica de Marx, Op. Cit., p. 201.

domingo, 13 de septiembre de 2015

La revolución y la ruptura

Como cada septiembre, se abre un tiempo de reflexión y análisis sobre el proceso y los eventos que ocurrieron en nuestro país a partir de 1970. En general los comentarios, los actos y los debates, giran en torno a los años que han pasado desde el triunfo de la UP o bien, en torno a los años que han transcurrido desde el golpe. Sin restarle importancia a la necesidad de sacar lecciones de aquello, hoy se presenta una buena oportunidad para reflexionar sobre otro aniversario: los 40 años de neoliberalismo en Chile. La importancia radica en el aplastante éxito que tuvo la revolución capitalista y la instauración del proyecto neoliberal, el cual sienta un precedente inédito en la historia que desafía tanto nuestras nociones teórico-conceptuales como políticas. Aquí se presentan algunas ideas aún en desarrollo, cuya intención es provocar un debate y contraponer distintas tesis sobre lo que debe ser el quehacer de una izquierda de intención revolucionaria.

El golpe y la revolución neoliberal

Se habla de 40 años de neoliberalismo porque 1975 constituye un año de ruptura en el seno del gobierno dictatorial, es en ese momento que los sectores neoliberales logran imponerse definitivamente, desplazando a quienes, liderados por Leigh, tenían un proyecto de tipo nacional-desarrollista y corporativista en mente.  1975 es el año de aterrizaje en pleno de los Chicago Boys, iniciando así, la aplicación ortodoxa y sin concesiones del recetario ideado por Milton Friedman[1].
Lo realizado por la dictadura chilena es el perfecto ejemplo de una revolución exitosa. Toma del poder a través de la violencia armada, ocupación total del aparato Estado y, por tanto, ejercicio total del poder de Estado. A partir del control de éste, se aplican una serie de políticas destinadas a cambiar la estructura económica del país, las relaciones de producción –las que se dan entre el capital y el trabajo- y el sistema político, logrando también un profundo cambio ideológico y cultural en la sociedad. Por otra parte, la lucidez de dirigentes como Jaime Guzmán, permitió que no sólo se definiera lo que sería la dictadura sino que también la democracia que le seguiría. En ese sentido, el trabajo de la dictadura –principalmente de los civiles que participaron en ella- fue impecable. Hicieron todo lo que tenían que hacer para cambiar Chile de raíz y se aseguraron de que la profundidad de esos cambios fuera tal que permanecerían independiente de quien llegara al gobierno en el futuro. Por ello es errado sostener que Guzmán fue el ideólogo de la dictadura; fue el ideólogo de la democracia, de nuestra democracia actual.
Podemos medir el éxito de la instauración del neoliberalismo a partir del sencillo hecho de que no han sido necesarios 25 años de gobierno de la UDI para mantener y profundizar el neoliberalismo. Y mientras cada cierto tiempo reflota en la izquierda el debate estéril sobre el “culto a la personalidad” en algunos de los procesos latinoamericanos, se olvida un ejemplo que es la contracara y que podría arrojar luces sobre cómo sortear ese problema: Chile. Para ello hay que volver al tema: qué es lo que específicamente hizo la dictadura.
Al analizar genealógicamente el neoliberalismo chileno, es posible poner en entredicho tesis clásicas de ciertas tendencias dentro de la izquierda, sobre las cuales  vale la pena detenerse.
Primero: las nociones que plantean cambios en la “conciencia”, o que se posicionan desde una crítica ciertos rasgos “culturales” (la “cultura del consumo”, por ejemplo). Ciertamente el proyecto neoliberal no se centró en desarrollar una nueva cultura, ni se dedicó a “concientizar” a vastos sectores de la población. No hay reformas culturales, y las reformas educativas tienen su impacto, no por imponer en las mallas curriculares las ideas de Von Hayek o Friedman, sino por generar las condiciones materiales para una educación segregada y segregadora, dedicada a reproducir las desigualdades sociales. Los cambios culturales e ideológicos que han ocurrido en la sociedad chilena, obedecen a los cambios que ésta ha tenido en sus propias condiciones de existencia, marcadas por el despojo, sufrido por la clase trabajadora, de ciertos derechos y beneficios que equiparaban, en cierto grado, su poder en relación al poder del capital. De esta manera, resulta estéril buscar las causas de las bajas tasas de sindicalización, por ejemplo, en un individualismo o “apoliticismo”. Más bien  hay que examinar la legislación laboral pro empresa que caracteriza al neoliberalismo, o los cambios en la estructura productiva, en particular el desmantelamiento del sector industrial. En La ideología alemana, Marx sostiene que las ideologías no tienen historia; son las sociedades que las producen las que tienen historia[2]. Pues bien, no hay que buscar la historia del individualismo, o del consumismo, o del “apoliticismo” en Chile; hay que buscar la historia del cambio en las condiciones de vida del pueblo en particular y de la sociedad en general, y ahí tenemos la represión, el desmantelamiento de organizaciones políticas y sociales, la ola de privatizaciones masivas, incluyendo la mercantilización de derechos sociales (privatización de la salud, de la educación, sistema de AFP) giro productivo al sector primario y terciario, recorte del gasto público, apertura comercial indiscriminada, entre otras.
Segundo: las ideas que cuestionan el rol específico y fundamental de la política (o de “lo político”) en la lucha de clases y en el diseño de una estrategia revolucionaria. Si en el primer punto  se mencionaba que los cambios culturales no habían sido producto de un largo y lento proceso de maduración social, lo que sigue es el corolario de dicha afirmación: los cambios se hicieron a partir del Estado. La instauración del neoliberalismo en Chile implica un cambio radical y global de la sociedad chilena: económico, político, ideológico. Pero todo ello se logra a partir de la toma total del poder de Estado. Si se piensa en el Consenso de Washington –el decálogo que indica qué hacer para ser neoliberal-, todo se refiere a acciones que sólo se pueden realizar desde el Estado. De esta manera, no es posible diseñar una estrategia revolucionaria donde lo político juegue un rol secundario, donde su especificidad sea negada dando pie a posturas que subestiman el peso y la importancia del Estado en una formación social, pues como bien señalaba el sociólogo marxista Nicos Poulantzas, “la abolición de la especificidad misma de lo político, su desmenuzamiento en todo elemento indistinto […] tienen por resultado hacer superfluo el estudio teórico de las estructuras de lo político y de la práctica política, lo que conduce a la invariante ideológica voluntarismo-economismo, y a las diversas formas de revisionismo, reformismo, espontaneísmo, etc.[3] Nuestra experiencia reciente nos obliga a pensar el Estado y el rol de éste, donde la concepción clásica que lo conceptualiza sólo como una herramienta al servicio de la clase dominante, queda corta, en tanto no logra dar cuenta del rol central que ocupa en el seno de una formación social.
De esta manera, las lecturas que por uno u otro camino conducen al economicismo –el Estado como un mero “reflejo” de la base económica, o bien como un simple “nodo” de una totalidad indiferenciada que sería el capital- son cuestionadas por la experiencia histórica concreta, donde el Estado se constituye no sólo como una herramienta de dominación, sino como la estructura que cohesiona una formación social.

El Estado y la ruptura

Considerando nuestra historia reciente, la necesidad de una problematización sobre el Estado es vital en una estrategia revolucionaria. Sobre este punto, Poulantzas puede aportar mucho a una conceptualización del Estado que permita una estrategia de irrupción y de ruptura para así terminar con el neoliberalismo y avanzar hacia el socialismo.
El Estado es un factor de cohesión social; lo que el marxismo ha concebido como un factor de “orden” o principio de organización, no como la idea común de “orden político” simplemente, sino “en el sentido de la cohesión del conjunto de los niveles de una unidad compleja, y como factor de regulación de su equilibrio global, en cuanto sistema.[4] De esta manera, sus funciones van mucho más allá de gobernar o de simplemente ostentar el monopolio de la violencia física. No se trata sólo de administrar el poder, en el sentido despectivo que le daba Marx cuando en el Manifiesto Comunista sostiene que el Estado moderno es una junta que administra los negocios comunes de la burguesía. El Estado es el espacio de unidad de una formación social, aquello que la mantiene funcionando como una totalidad. Por ello su importancia para un objetivo de revolución, de cambio profundo de una realidad social en todo nivel, económico, político, ideológico.
Siguiendo esta línea, el Estado es también el factor determinante que puede asegurar la cohesión de una unidad o bien la ruptura de ésta, pues además es el lugar de desciframiento de la unidad de las estructuras de una unidad social. Es, en definitiva, el punto neurálgico que permite la cohesión social, lo que lleva a la conclusión lógica de que es el espacio para romper con esa unidad, generando los cambios en las distintas estructuras sociales. Se puede entrar de lleno entonces: el Estado es el lugar donde se descifra la situación de ruptura de la unidad constituida por una formación social.
Esta situación no es sólo una idea del marxismo, se puede ver al examinar nuestra propia historia reciente. Entre mediados de la década de los ’60, aproximadamente, y hasta el fin del gobierno de la Unidad Popular se da una agudización de la lucha de clases en Chile. Nuestro país vivió la explosión de una multiplicidad de contradicciones –algunas de largo aliento, otras que surgieron a partir de la llegada del pueblo al gobierno- lo que determinó su condición de “eslabón débil”, de la misma manera, aunque a la inversa, en que Louis Althusser señala que la Rusia de 1917 constituía el eslabón más débil de la cadena capitalista mundial. La agudización de las diversas contradicciones y la condensación de esta situación en el Estado, justifican una acción dirigida a obtener el control total de éste. Y es aquí donde se observa la realidad del Estado como un lugar donde se puede descifrar la situación de ruptura, pues a partir de la toma de éste, y una vez resueltas las disputas internas que, como un eco lejano, reflejaban en cierto modo las viejas contradicciones previas al golpe, se fue capaz de implementar un plan de ruptura total de la antigua formación, para dar pie a una nueva sociedad. Si la dictadura fue tan exitosa en restaurar el capitalismo a través del modelo neoliberal, es porque lo hizo ocupando de manera total y completa, el lugar que permite la ruptura y reconfiguración de una formación social: el Estado.
Esta conceptualización, por una parte se ve ratificada por la realidad concreta: el hecho incuestionable que lo que hizo el golpe militar fue hacerse del poder de Estado, y el éxito de la instauración del neoliberalismo (en el sentido que ha permanecido durante ya 40 años). Pero, además, estaba inscrita en el pensamiento de uno de sus dirigentes más lúcidos: Jaime Guzmán. Los pocos escritos que dan testimonio de su pensamiento, registran la visión estratégica y de largo plazo que tenía, donde la importancia de una nueva institucionalidad política, de una nueva Constitución, de un nuevo Estado en otras palabras, no radicaba en “la estructura y generación de los órganos políticos del Estado. La realidad es otra. “Institucionalidad” es un término que designa al conjunto de instituciones jurídicas que regulan toda la convivencia, expresando así una determinada forma de vida. De este modo, lo institucional también abarca las estructuras que encauzan lo económico y lo social…[5]. Así pues, Guzmán entendía que el Estado era el factor de cohesión social, y que las consecuencias de su diseño no repercutirían estrictamente en el ámbito político, sino que en la totalidad social. Hoy somos testigos del éxito de su misión y de la aplicación de una serie de políticas que lograron la ruptura de una formación social particular (el Chile de 1973) para dar pie a otra nueva, insistiendo en que el efecto repercute en todos los niveles de esa formación.

Hacia una nueva ruptura

Es necesario sacar lecciones del proceso histórico reciente e incorporar esos aprendizajes en el diseño de una estrategia revolucionaria. La importancia del Estado como lugar de ruptura de la unidad debe llevar a pensar en un proyecto para ocupar ese espacio, pero llenándolo en serio, lo que implica necesariamente el requisito de construir fuerza social. De las luchas del pasado no hay que hacer un copiado y pegado, sino sacar conclusiones que permitan trazar líneas de acción originales y audaces. En ese sentido, no se trata simplemente de esperar una situación de agudización de la lucha de clases para plantearse la disputa del Estado, ni, por el contrario, de llegar al Estado porque sí, en un contexto donde sean imposibles lograr rupturas. La estrategia de ruptura democrática que la Izquierda Libertaria se ha planteado para el período avanza en la dirección correcta que aquí se plantea: ocupación del Estado –en tanto lugar que permite descifrar la situación de ruptura de la unidad-. Por lo mismo debe ser capaz de responder a muchos desafíos que surgirán y sortear los peligros que ese camino reviste.
Así, el elemento central en la estrategia de ruptura democrática es el trabajo de masas. Sólo un volcamiento total al trabajo en los distintos espacios sociales, en el territorio,  en el sindicato, etc., podrá dotar de contenido y de fuerza una tarea como la ocupación del Estado. La ruptura democrática que genere las fisuras necesarias para la entrada del pueblo organizado al Estado y así, a la manera inversa en que lo hizo la dictadura, erradicar el neoliberalismo a partir del ejercicio del poder, sólo podrá hacerse con un fuerte respaldo de masas, del pueblo. Sólo es posible la aplicación de esta estrategia entendiéndola como un componente orgánico de la lucha de clases. Quienes han querido tomar atajos en este camino se han visto forzados a buscar lazos con los que han mantenido este modelo, con quienes quieren evitar cualquier ruptura, con los representantes de la fracción hegemónica de la clase dominante. No hay cambio posible por ese camino. Como bien señalaba Althusser, las alianzas son necesarias e indispensables, pero hay alianzas y alianzas: unas donde prima la concepción jurídico-electoralista, otras donde prima la lucha de masas, o bien, dicho en otros términos, de lo que se trata es, o la primacía del contrato o la primacía del combate[6]. Así la construcción de una izquierda de masas, democrática, socialista, no es sólo un recurso nostálgico, sino que es una necesidad para que el pueblo vaya conquistando su libertad, su dignidad y su soberanía. Es la condición necesaria para apostar a la conquista del poder de Estado, espacio decisivo para lograr la ruptura definitiva de esta formación social que es el Chile neoliberal de 2015.  




[1] Al respecto ver Manuel Gárate, La revolución capitalista de Chile (1973-2003), Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2012, pp. 181-199.
[2]La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento.” Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1972, p. 26.
[3] Poder político y clases sociales en el estado capitalista, Siglo XXI, México, 1972, p. 35.
[4] Poulantzas, pp. 43-44. Lo que sigue también será tomado de este trabajo citado.
[5] Jaime Guzmán, “Esclarecimientos necesarios”. Columna publicada en Revista Ercilla el 18 de julio de 1979.
[6] Louis Althusser, Lo que no puede durar en el Partido Comunista, Siglo XXI, España, 1980, pp. 93-94.

lunes, 6 de julio de 2015

El nuevo mapa de la izquierda

La práctica política marxista exige el “análisis concreto de la situación concreta” que nos decía Lenin, lo que implica detectar las particularidades del momento y lugar donde se pretende hacer política. Esto excluye, de inmediato, la repetición mecánica de fórmulas, frases y citas extraídas de otro momento, aplicadas a otro contexto. Es importante señalar esto, dado que el mapa de la izquierda ha variado considerablemente en los últimos años en Chile, lo que hace insostenible seguir pensando o haciendo política en base a una imagen pasada. Dos son los factores fundamentales de este cambio: i) el ingreso del Partido Comunista al conglomerado neoliberal de la Concertación y ii) el viraje y maduración política de una serie de orgánicas ligadas principal, aunque no exclusivamente, al mundo universitario (aquí nos referiremos a la Izquierda Libertaria (IL), Izquierda Autónoma (IA) y Unión Nacional Estudiantil (UNE)). Seguir tratando a estos dos grupos de la misma forma en que se hacía cinco, diez o quince años atrás, claramente da cuenta de la ausencia de un análisis concreto del momento concreto, necesario para hacer política en serio.

Composición y posición de clase

En la entrevista “La filosofía: arma de la revolución”, Louis Althusser señala la distinción entre el “instinto de clase” proletario y las “posiciones de clase” proletarias. Él dice que los obreros tienen desarrollado el instinto propio de su clase, que le facilita el paso a las posiciones (políticas) propias de su clase, mientras que los intelectuales (como él) tienen un instinto de clase pequeño burgués, el cual debe ser revolucionado, pasando por una “reeducación larga, dolorosa, difícil”, si es que se quiere llegar a adoptar las posiciones de clase del proletariado. Dejando pendiente un debate más profundo sobre el “instinto” de clase, me parece que la idea de Althusser es entendible y razonable. Sobre todo quienes militamos –y quienes venimos de orígenes burgueses o pequeñoburgueses- entendemos muy bien, porque lo hemos visto y vivido, que la clase tira. La clase pesa, y es por ello que cuesta asumir posiciones políticas proletarias sin dejarnos caer en las tentaciones del ultraizquierdismo[1] o del reformismo.
Por lo anterior, la distinción cobra importancia a la hora de levantar una organización de aspiración revolucionaria, cuyo horizonte sea la emancipación de los trabajadores. Una orgánica con composición de clase obrera contará con ese instinto de clase que facilitará el paso a posiciones de clase obrera. Una organización primordialmente estudiantil, tendrá un instinto burgués, o pequeño burgués, que dificultará su tránsito a posiciones políticas obreras, siendo más susceptible de caer en posiciones ultraizquierdistas o reformistas. En este sentido, la gran ventaja del PC respecto al resto de las organizaciones de izquierda, es su composición de clase. Desde su formación, a comienzos del siglo XX, el PC fue por excelencia un partido obrero, diferenciándose incluso del PS, cuya composición de clase era más heterogénea. La composición de clase del resto de las organizaciones de izquierda a las que aludo, es primordial o totalmente pequeño burguesa (o abiertamente burguesa).
Ahora bien, es evidente que no basta ser obrero para sostener una posición de clase obrera. Ni tampoco es imposible para un pequeño burgués vencer su instinto, a través de esa reeducación difícil (que debe implicar la investigación profunda del marxismo y la práctica política; la militancia). En este sentido, Nicos Poulantzas, refiriéndose a las “categorías sociales” (grupos sociales como los estudiantes), advierte el error que es tanto sobreestimar como subestimar el peso de la adscripción de clase. No se puede pensar que un pequeño burgués, por serlo, está condenado, inapelablemente, a sostener posiciones políticas pequeño burguesas. Tampoco se puede pensar que da lo mismo la composición de clase de una organización, sin ver la necesidad, planteada por Althusser, de un trabajo de formación mucho más exigente en el caso de una organización no obrera.
De esta manera, si bien la composición de clase de una organización es un factor muy importante que debe ser considerado a la hora de pensar una práctica y un programa político, no necesariamente determina de manera mecánica el quehacer de una organización en particular. Pero entonces, el problema que surge es: ¿cómo saber cuál es la posición política de la clase?
Para responder a esa pregunta, una vez más es necesario volver a Lenin: análisis concreto de la situación concreta. Sólo así se podrá tener claridad respecto a las necesidades de la clase obrera, sus condiciones objetivas y subjetivas, la correlación de fuerzas, las características del Estado, etc. Sólo sobre un diagnóstico acabado, se puede trazar un programa que permita avanzar en la dirección correcta. En este sentido, creo que la izquierda ha tendido a converger –aunque a destiempos- en una lectura y un marco de acción, dando pie a estrategias que, en su nombre, hablan de su similitud: revolución/ruptura/apertura democrática. Sin entrar en el detalle, me parece que ese es el plan de acción que una organización revolucionaria debiera seguir en este momento, enriqueciéndola en sus aspectos más débiles y aplicándola con audacia y originalidad.
Ahora bien, es precisamente en esta relación entre la composición de clase y la posición de clase (considerando ésta como la mencionada anteriormente) de estas organizaciones de izquierda, donde podemos ver la principal variación en el último tiempo.
Por una parte tenemos al PC, que en su tesis de “revolución democrática” plantea que lo esencial en este período es la superación del neoliberalismo. Sin embargo hoy están inmersos en una coalición política profundamente neoliberal. Y esto hay que aclararlo a ciertas personas que se olvidaron del marxismo (salvo de las citas clásicas repetidas como mantra): el neoliberalismo de la Concertación[2] no está dado por el discurso o voluntad de sus dirigentes; obedece a la clase de la que es representante. No es posible creer en un viraje político profundo de la Concertación, si su estructura de clases sigue siendo la misma, si siguen representando a los mismos empresarios que se benefician del neoliberalismo. Los ejemplos abundan abusivamente por estos días. Una reforma tributaria hecha con el gran empresariado, financiamientos a campañas con dinero del yerno de Pinochet, una reforma laboral que no toca los puntos fundamentales exigidos por el sindicalismo, entre otros. Por ello es necesario repetir que el neoliberalismo no puede ser superado en el seno de un conglomerado neoliberal. El neoliberalismo no puede ser superado con reformas neoliberales. El neoliberalismo no puede ser superado perfeccionando el neoliberalismo.
Por este motivo, si bien el PC mantiene una composición de clase proletaria, hoy ha abandonado una posición política de dicha clase, para adscribir a la posición de la fracción hegemónica de la clase dominante: el empresariado progresista (cuyo máximo exponente mediático probablemente sea Jorge Awad) que entiende que son necesarias ciertas reformas para que el modelo se mantenga estable. Aunque el PC siga siendo obrero, aunque siga teniendo una inserción de masas superior, aunque siga haciendo un trabajo de base de izquierda, como colectivo, como totalidad, está subsumida (¡y cuánta subsunción!) en el proyecto reformador de la clase dominante.
Por el contrario, los otros colectivos de izquierda (IL, UNE, IA), han dado un viraje que demuestra madurez y crecimiento político. Salir de la universidad, la disputa del Estado, la inserción de masas, el programa de ruptura/apretura democrática, nos hablan de una izquierda más madura, diferente del clásico colectivo tan encerrado en la universidad, que incluso llegaba a coquetear con el gremialismo en términos ideológicos. Hoy ya no es sostenible seguir afirmando que estos son grupos de izquierda pequeño burgueses o burgueses en el sentido en que se hacía años atrás, pues precisamente el viraje que han dado da cuenta del compromiso de abandonar las lógicas de la izquierda universitaria, para pasar a ser una izquierda de masas, que dispute el poder en beneficio de los trabajadores. Que queda mucho camino por recorrer, queda. Que hay muchas falencias que subsanar, las hay. Que la composición de clase juegue en contra, es algo que habrá que combatir, con formación y política, donde la inserción en el mundo laboral es una tarea primordial.
De esta manera, el argumento trillado que acusa infantilismo, ultraizquierdismo y ser pequeñoburgueses, en contraposición al carácter inmaculado del partido de los trabajadores, se diluye. Es un recurso nostálgico, que apela a una realidad que ha cambiado. Los militantes de un conglomerado que genera leyes con el gran empresariado no tienen cara para decirle a nadie que le hacen el juego a la derecha, o que son burgueses (paradójicamente, es el mismo discurso que le predicó la Concertación al PC durante 20 años). Al menos no la tienen en términos políticos, siempre se podrá llevar todo al debate moralino de “quién es más pobre”.

El peso de la historia

De la misma manera en que la composición de clase no garantiza que el proyecto sea de la clase, la historia tampoco. Parte de la fe que los militantes del PC depositan en la rectitud de su línea política, está dada por la tradición partidaria. Una historia que emerge en el seno de los sectores más conscientes de la clase obrera del siglo XX, organizada en torno a la FOCH. Una historia que se ha escrito en las mismas páginas en las que se ha escrito la historia de la clase obrera, sufriendo las mismas penurias, las mismas miserias. El PC ha sufrido como ningún otro todas las olas de represión a la clase obrera. Más de un siglo de una historia muy rica, del que llegó a ser unos de los tres grandes partidos comunistas de Occidente.
Con esa enorme mochila es que se relaciona con otras organizaciones de izquierda, argumentando una tradición ligada al pueblo. Es cierto, es innegable esa historia de lucha junto al pueblo, la que no tienen (o no a ese nivel al menos) IL, UNE ni IA. Pero un análisis materialista no se hace en base a la historia, en abstracto, como si ésta operara como una suerte de fuerza astrológica invisible que determinará el quehacer presente. Porque, que quede claro, la política actual del PC no es congruente con esa historia. No porque en el pasado se actuó de cierta forma, todo lo que se haga ahora es parte de ese mismo actuar. Los virajes son posibles, las rupturas son posibles. La práctica política es algo concreto, permeable por el contexto (sobre todo si no se toman los resguardos teóricos para proteger dicha práctica de los asaltos de la ideología dominante). La historia no opera como un guardián espiritual que protegerá por siempre la línea política, garantizando que ésta sirva a los intereses de los trabajadores.
Es cosa de ver el caso del Partido Comunista Italiano. El partido de Gramsci, el más grande de los partidos comunistas de Occidente, con una tradición teórica y política riquísima. Con toda esa historia, con todos esos antecedentes, de cualquier forma terminó sucumbiendo a pretensiones socialdemócratas que incubaron una crisis que le impidió hacer frente a la caída de los socialismos reales. Hoy el PCI no existe; otros grandes partidos comunistas, como el francés o el español,  terminaron abrazando el eurocomunismo, que en realidad es una variante izquierdista de la socialdemocracia. Por lo tanto, si le ha pasado a otros partidos, con una historia casi o igual de rica, ¿por qué no le puede pasar al PC chileno?
De manera inversa, la historia de las orgánicas de izquierda a las que me he referido, está más ligada a un espacio reducido –el estudiantil-, a la marginalidad, al estancamiento. Sin embargo, no ver la ruptura respecto a ese pasado que hay en las candidaturas congresales de la IA, en el viraje orgánico y político de IL, y en el esfuerzo de unión de diversas organizaciones realizada por la UNE, es, sencillamente, negar la realidad concreta. Aquí, nuevamente, hay que ser enfáticos en señalar que la historia pesa, generalmente ejerce una inercia, pero no es un garante del presente o futuro. Tanto en el PC, como UNE-IL-IA hoy se encuentran en un proceso de ruptura respecto a su pasado. Los últimos, un viraje positivo, hacia adelante, que desafía una historia pequeña. Los primeros, un viraje negativo, hacia atrás, que deshonra una historia gigante de compromiso y lucha.

El mapa de la izquierda

Este reordenamiento de la izquierda en Chile configura un escenario totalmente nuevo, sobre el cual es necesario decir algunas cosas. Probablemente el ingreso del PC a la Concertación sea uno de los hitos más grandes dentro del mapa de la izquierda, en tanto ésta se queda sin el que era su mayor referente. Porque no se puede ser de izquierda y ser neoliberal. Y esto va más allá de sus militantes particulares –muchos de los cuales merecen todo nuestro respeto y admiración-; porque este debate no es psicológico o subjetivista. Es el aparato partido, como una totalidad, como una síntesis, el que hoy participa en un proyecto de restauración neoliberal y es, por tanto, neoliberal –aunque sea por omisión, para no ser tan tajantes-. Por lo tanto, el terreno vacío que queda en la izquierda es gigante.
Y precisamente el desafío está ahí: cómo volver a poblar ese espacio en la izquierda que el PC dejó. No se trata de hacer un PC 2.0, sino de cómo se levantan nuevos movimientos, nuevas organizaciones, nuevos partidos que sean capaces de llenar ese vacío con originalidad, con audacia, con creatividad. La tarea es difícil, pero no imposible. Tenemos los ejemplos del MAS en Bolivia, del Podemos en España, de Syriza en Grecia. Aunque cada uno responde a un contexto particular, se trata de nuevas organizaciones de izquierda, que han sabido ocupar un espacio vacante en la izquierda, que han sabido leer las demandas populares para encarnarlas en un programa que entendible y creíble. El pueblo ha empezado a ver a esas organizaciones a los representantes de sus intereses y los han favorecido con su voto por ello.
En Chile estamos varios pasos más atrás, pero no por eso vamos a renunciar a esa tarea. Al contrario, se hace más necesario que nunca. En ese sentido, son estas tres organizaciones: IL, UNE, IA, las que parecen haber entendido que este es el desafío hoy; la reconstrucción de una izquierda con inserción de masas, con vocación de poder, con capacidad de representar los intereses del pueblo. Las críticas que podemos hacerles son muchas (se mencionaron al menos dos; su composición de clase y su historia), las diferencias pueden ser también considerables. Pero en un escenario donde hay tantas necesidades tan urgentes, donde el movimiento social se encuentra en un estado tan incipiente y el Estado neoliberal parece todopoderoso, se celebra el crecimiento y la madurez que implica aceptar ese desafío y recoger el guante. No son decisiones fáciles, pero es lo que hay que hacer si se quiere dejar de ser la izquierda que predica cómoda sin ensuciarse las manos. Y hoy esta es la izquierda que recoge el guante, se arremanga y mete las manos al barro. No podemos decir que todo se hará o se haya hecho bien, que no se cometerán errores. Pero es el primer paso y quizás el más difícil. Por eso muchas de las críticas no se corresponden con la actualidad y obedecen a un pasado que ya no existe. Para quienes creemos firmemente en la necesidad de terminar con el neoliberalismo, entendemos que el espacio de construcción política está ahí, con todas las deficiencias que podamos detectar –sobre todo quienes venimos de una tradición militante tan distinta- y es a ese molino donde hay que echar agua si queremos tener una izquierda de masas con fuerza política para cumplir con las demandas del pueblo.



[1] En especial sobre ese ultraizquierdismo, Althusser lo señala muy bien cuando habla de la “deuda imaginaria” que se crean algunos jóvenes de origen burgués o pequeño burgués por no haber nacido proletarios. Una deuda imaginaria que intentan pagar con voluntarismo y el discurso más radical posible. Cualquiera que haya pasado por la universidad podrá dar testimonio de este comportamiento (muy cristiano por lo demás).
[2] Porque, digámoslo, la Nueva Mayoría sigue siendo la Concertación.

domingo, 21 de septiembre de 2014

El PC frente al gobierno de Frei Montalva


Todos nosotros, cual más, cual menos, sin excepción alguna, fuimos prisioneros del ambiente que nos rodeaba, de las concepciones democrático-burguesas que dominaban en la vida política y cultural del país. Esta ha sido, ante todo, una debilidad ideológica. Su reconocimiento abierto es más que necesario, indispensable, para que todo el Partido le preste atención al estudio, le dé más importancia a la teoría…”
Luis Corvalán, sobre el PC durante el gobierno de Allende.

El pasado 4 de septiembre se cumplían cuarenta y cuatro años del triunfo en las urnas de Salvador Allende, pero también cincuenta del triunfo de Eduardo Frei Montalva. Con esa ocasión, el presidente del Partido Comunista dedicó unas palabras en el Congreso[1], y realizó un análisis de lo que significó la figura de dicho presidente. Sus palabras, aparte de usar un lenguaje innecesariamente conciliador, son una flagrante negación de las posturas políticas que adoptó el PC en el gobierno de Frei y omiten groseramente la posición abiertamente golpista que él adoptó durante el gobierno de la Unidad Popular. Falsear los hechos a través de las palabras es insostenible, pero lo más preocupante es cómo paulatinamente el discurso del PC se va alejando de su propia terminología y análisis, para ser colonizados por los del sentido común de la centro “izquierda” que representaba la Concertación. Vamos por parte.
El 10 de octubre de 1965, el secretario general del Partido Comunista, Luis Corvalán, presentaba un informe político al XIII Congreso de dicha colectividad, titulado “Nuestra táctica en las condiciones de un gobierno reformista burgués”[2]. En él se caracterizaba las posiciones que debiera adoptar el PC frente al gobierno encabezado por Frei, las cuales sintetizaré en el siguiente punteo:
-        Se daba cuenta de cierta heterogeneidad en la DC, en tanto coincidían en su interior sectores progresistas y sectores reaccionarios.
-        Dicha heterogeneidad generaba un marco de coincidencias que había que aprovechar impulsando la unidad de sectores progresistas tanto en el gobierno como en la oposición.
-        No obstante lo anterior, el PC se define como un partido de oposición.
-        Asume tal posición porque entiende que i) la política de la DC es de orientación burguesa, mientras que la del PC proletaria, y que ii) el objetivo de la DC es “salvar el capitalismo en Chile e impedir la revolución popular y el socialismo”.
-        El PC reconocía que la DC no se proponía lograr su objetivo a la vieja usanza de la reacción, sino que con métodos y lenguajes modernos, en particular con un trabajo de masas, que atendiese ciertas necesidades de sectores populares.
-        Por ello uno de los llamados principales del Informe era lanzarse al trabajo de base, disputándole los sectores proletarios y campesinos a la DC.

Resumiendo, si bien se hacía el llamado a detectar con precisión aquellos aspectos en los que había coincidencias con el gobierno, para poder impulsar cambios en unidad con los sectores progresistas en él, la relación en términos generales era de lucha y oposición, porque el PC entendía claramente que tras la agenda de cambios y reformas de la DC, estaba el objetivo de impedir la revolución popular en Chile, lo cual era contradictorio con su propio objetivo.
En este marco, frases dichas por Teillier como “Podemos afirmar con la mirada de hoy que las reformas que llevó adelante el gobierno encabezado por Eduardo Frei Montalva creaban las condiciones y la necesidad de que el gobierno que lo sucediera fuera del mismo signo o de una posición que de alguna manera diera cuenta de los sentimientos del país” pierden todo sentido, en tanto hacen una abstracción insostenible. Es cosa de remitirse al Informe citado, incluso a textos posteriores del mismo Luis Corvalán.
No se puede entender el gobierno de la DC y de la UP como del mismo signo. Eso significa renunciar a lo más elemental que buscaba el gobierno de Allende, significa obviar disentimientos estratégicos e ideológicos irreconciliables, significa omitir una diferencia fundamental: la postura respecto al socialismo. Cuando mencionaba que se abandona la terminología y análisis propios, me refería a esto precisamente. Las palabras de Teillier no provienen del PC, no reflejan la política del PC en ese tiempo, ni incluso, como mencioné, los análisis retrospectivos posteriores. Por ejemplo, el diputado menciona la política de “promoción popular” como parte de un “complejo superior de reestructuración nacional y profundización de la democracia en Chile”, mientras que Luis Corvalán entendía que aquello correspondía a la lucha ideológica que sostenía la DC con la izquierda: “mediante el paternalismo, el corporativismo y acciones limitadas de tipo reivindicativo se orientaban a ganar a las masas tratando de impedir que se sumaran al proceso revolucionario en marcha. En esto consistía la “Promoción Popular” de que tanto hablaban.[3]
La diferencia sustancial entre la lectura de Corvalán, que representa la lectura que hizo y ha hecho siempre el PC, y la de Teillier, es que la primera lee las orientaciones ideológicas y estratégicas de cada posición política, vinculándolas a un proyecto de clase, mientras que la segunda se queda en la celebración de la mera reforma; el cambio como algo bueno en sí. No creo que sea necesario explicitar cómo se llama aquella posición política que reivindica las reformas por las reformas, sacándolas de cualquier marco estratégico que apunte a objetivos de largo plazo.
Ahora bien, cabe preguntarse por qué Teillier querría hacer esta depuración de las diferencias ideológica-estratégica entre Frei y Allende; depuración de todo resabio socialista claramente. ¿Es un gesto “para afuera” sólo por la unidad de la Nueva Mayoría? Si fuera así, es totalmente innecesario, oportunista y, sencillamente, indigno. Las alianzas políticas no se hacen en base a la amistad o a un purismo ideológico-político absoluto; son estrictamente políticas, lo cual permite la realización de alianzas con grupos políticamente diferentes. Sin embargo, renunciar a la autonomía y a la identidad propia, sólo por mantener dicha alianza, debe poner sobre la mesa preguntas existenciales respecto a la misma. ¿Qué clase de alianza es esta, que el PC debe renunciar a su historia, a sus posiciones políticas históricas? El comunista es un partido con 102 años de historia marcados por la lucha, por representar los intereses de la clase obrera, por militantes ejemplares que dieron la vida por el socialismo. Falsear la posición del PC, tergiversarla, es un insulto a esa historia inmensa. Y se puede esperar de la derecha, de sectores anti PC, pero no de un militante de dicha organización, menos su presidente.
Sin embargo, la posibilidad más preocupante es que no sea un mero gesto, sino un giro real en la lectura de los acontecimientos. Lo grave aquí es que abiertamente se estarían bajando las banderas comunistas para enarbolar otras, ajenas a la historia y tradición del PC. Esto significaría un profunda crisis ideológica en dicha organización, donde lo que está en riesgo es, por una parte, el marxismo y, como contracara, el socialismo. Si las palabras de Teillier reflejan la visión del PC, ¿qué diferencias hay entre éste y el PS o el PPD? Porque si la diferencia fundamental, aquella que va más allá de las formas, entre Allende y Frei –que el primero buscaba el socialismo mientras que el segundo quería impedirlo- es omitida de manera evidente por el presidente del PC, es razonable asumir que es porque dicha diferencia ya no tiene sentido. Justamente la actitud contraria adoptada por el PC en el período del ’64 al ’70: reivindicar las diferencias ideológicas y estratégicas de dos proyectos políticos distintos, más allá de que la coyuntura pudiera permitir coincidencias y avances en conjunto. Más allá de la consigna fácil, ¿interesa el socialismo hoy al PC? Si es así (ojalá que lo sea), ¿por qué no se refleja en el análisis que hace su presidente sobre el gobierno de Frei Montalva?
Esto en lo que respecta a los términos más generales, pues si vamos a aspectos más particulares, la lectura tan forzosamente conciliadora de Teillier se hace aún más incomprensible. ¿Acaso se olvidó los millones de dólares que recibió la DC de parte de Estados Unidos precisamente para evitar el triunfo de Allende? Porque los gringos, nada de tontos, entendían que la posición medieval de la derecha tradicional era un caldo de cultivo para el descontento popular y, por lo tanto, representaba un mayor riesgo en términos de la posibilidad de que una coalición socialista llegara al poder. De esta forma, entendían que tenían que apoyar a aquellos que propusieran cambios, a los que atendieran las demandas populares, pero que lo hicieran para impedir el socialismo.
Y qué decir de esta frase: “Evidentemente, la obra política de Eduardo Frei Montalva no se enmarca sólo en el periodo de su gobierno. Antes y después jugó un papel relevante en la política nacional como parlamentario y ministro.” El papel relevante que jugó posteriormente como congresista fue ser una piedra de tope constante para el gobierno, participando en el sabotaje orquestado por la derecha para que el Congreso le negara la sal y el agua al gobierno popular. Frei Montalva era de las voces que prácticamente llamaba al golpe, pues sostenía –y este era el mensaje que difundía al mundo- que la UP tenía un ejército guerrillero paralelo y que planeaba un autogolpe (una de las tantas fantasías que inventa la reacción). Frei encabezaba el ala derechista de la DC, aquella que se frotó las manos con el golpe, porque esperaba que después de que los militares pusieran orden, le pasarían el mando a un candidato de unidad y consenso entre quienes eran oposición a Allende, que era nada menos que él mismo. Cuando, más tarde, vio que el tiro le salía por la culata y que los militares no le cederían el poder a nadie, decidió sumarse a la oposición.
Entonces, uno lee a Teillier y se pregunta qué está pasando en el PC. Por qué estas palabras, innecesarias si son un gesto, claudicantes si representan un giro real. Porque de una cosa se puede estar seguro: la suya no es la posición del PC. Basta leer a Corvalán, sus informes políticos de la época y los análisis posteriores, para darse cuenta que la posición de ese partido respecto a Frei es la que corresponde a una colectividad de izquierda: crítica y marcando las diferencias, sin que esto implique negar de manera a priori (ningún análisis marxista serio sobre la realidad puede permite el a priori) coincidencias y avances.
Sería positivo que los militantes comunistas salieran al paso de estas declaraciones, porque permitiría evaluar su impacto y en qué medida deben ser leídas. Si la militancia las avala, entonces empieza a quedar en claro que existe una crisis política ideológica seria en el PC. Cuando las propias bases ideológicas no se trabajan y se dejan estar, repasándolas superficialmente y en base a mucha consigna, se desgastan. Y cuando eso ocurre, es fácil ser permeado por la ideología dominante que, como bien sabemos, no es otra sino aquella de la clase dominante. Es lo que se plantea en la cita inicial.[4] Con el progresismo pueden haber coincidencias, pero es una ideología burguesa y bien se puede decir lo mismo de ella que lo que decía Corvalán de la DC en los ’60: con un lenguaje reformista, lo que quiere es impedir el fin del neoliberalismo en Chile. Por el bien de la izquierda y de la clase trabajadora, esperemos que el PC no se convierta en un partido progresista. Discursos como el de Teillier sobre Frei Montalva, siembran un manto de dudas al respecto.




[2] Luis Corvalán, “Nuestra táctica en las condiciones de un gobierno reformista burgués”, en Tres períodos en nuestra línea revolucionaria, Berlín, Verlag Zeit im Bild, 1982, pp. 11-24.
[3] Corvalán, Los comunistas y la democracia, Santiago, LOM, 2008, p. 32.
[4] Corvalán, Santiago-Moscú-Santiago, Berlín, Verlag Zeit im Bild, 1983, p. 63.