Toda la historia de la humanidad ha sido una lucha entre la sabiduría y la estupidez. Los ángeles rebeldes, los seguidores de la sabiduría, han tratado siempre de abrir las mentes; la Autoridad y sus iglesias han tratado siempre de mantenerlas cerradas. Y durante la mayoría de ese tiempo, la sabiduría ha tenido que trabajar en secreto, susurrando su palabra, moviéndose como un espía a través de los lugares humildes del mundo, mientras que las cortes y los palacios son ocupados por sus enemigos.

domingo, 13 de septiembre de 2015

La revolución y la ruptura

Como cada septiembre, se abre un tiempo de reflexión y análisis sobre el proceso y los eventos que ocurrieron en nuestro país a partir de 1970. En general los comentarios, los actos y los debates, giran en torno a los años que han pasado desde el triunfo de la UP o bien, en torno a los años que han transcurrido desde el golpe. Sin restarle importancia a la necesidad de sacar lecciones de aquello, hoy se presenta una buena oportunidad para reflexionar sobre otro aniversario: los 40 años de neoliberalismo en Chile. La importancia radica en el aplastante éxito que tuvo la revolución capitalista y la instauración del proyecto neoliberal, el cual sienta un precedente inédito en la historia que desafía tanto nuestras nociones teórico-conceptuales como políticas. Aquí se presentan algunas ideas aún en desarrollo, cuya intención es provocar un debate y contraponer distintas tesis sobre lo que debe ser el quehacer de una izquierda de intención revolucionaria.

El golpe y la revolución neoliberal

Se habla de 40 años de neoliberalismo porque 1975 constituye un año de ruptura en el seno del gobierno dictatorial, es en ese momento que los sectores neoliberales logran imponerse definitivamente, desplazando a quienes, liderados por Leigh, tenían un proyecto de tipo nacional-desarrollista y corporativista en mente.  1975 es el año de aterrizaje en pleno de los Chicago Boys, iniciando así, la aplicación ortodoxa y sin concesiones del recetario ideado por Milton Friedman[1].
Lo realizado por la dictadura chilena es el perfecto ejemplo de una revolución exitosa. Toma del poder a través de la violencia armada, ocupación total del aparato Estado y, por tanto, ejercicio total del poder de Estado. A partir del control de éste, se aplican una serie de políticas destinadas a cambiar la estructura económica del país, las relaciones de producción –las que se dan entre el capital y el trabajo- y el sistema político, logrando también un profundo cambio ideológico y cultural en la sociedad. Por otra parte, la lucidez de dirigentes como Jaime Guzmán, permitió que no sólo se definiera lo que sería la dictadura sino que también la democracia que le seguiría. En ese sentido, el trabajo de la dictadura –principalmente de los civiles que participaron en ella- fue impecable. Hicieron todo lo que tenían que hacer para cambiar Chile de raíz y se aseguraron de que la profundidad de esos cambios fuera tal que permanecerían independiente de quien llegara al gobierno en el futuro. Por ello es errado sostener que Guzmán fue el ideólogo de la dictadura; fue el ideólogo de la democracia, de nuestra democracia actual.
Podemos medir el éxito de la instauración del neoliberalismo a partir del sencillo hecho de que no han sido necesarios 25 años de gobierno de la UDI para mantener y profundizar el neoliberalismo. Y mientras cada cierto tiempo reflota en la izquierda el debate estéril sobre el “culto a la personalidad” en algunos de los procesos latinoamericanos, se olvida un ejemplo que es la contracara y que podría arrojar luces sobre cómo sortear ese problema: Chile. Para ello hay que volver al tema: qué es lo que específicamente hizo la dictadura.
Al analizar genealógicamente el neoliberalismo chileno, es posible poner en entredicho tesis clásicas de ciertas tendencias dentro de la izquierda, sobre las cuales  vale la pena detenerse.
Primero: las nociones que plantean cambios en la “conciencia”, o que se posicionan desde una crítica ciertos rasgos “culturales” (la “cultura del consumo”, por ejemplo). Ciertamente el proyecto neoliberal no se centró en desarrollar una nueva cultura, ni se dedicó a “concientizar” a vastos sectores de la población. No hay reformas culturales, y las reformas educativas tienen su impacto, no por imponer en las mallas curriculares las ideas de Von Hayek o Friedman, sino por generar las condiciones materiales para una educación segregada y segregadora, dedicada a reproducir las desigualdades sociales. Los cambios culturales e ideológicos que han ocurrido en la sociedad chilena, obedecen a los cambios que ésta ha tenido en sus propias condiciones de existencia, marcadas por el despojo, sufrido por la clase trabajadora, de ciertos derechos y beneficios que equiparaban, en cierto grado, su poder en relación al poder del capital. De esta manera, resulta estéril buscar las causas de las bajas tasas de sindicalización, por ejemplo, en un individualismo o “apoliticismo”. Más bien  hay que examinar la legislación laboral pro empresa que caracteriza al neoliberalismo, o los cambios en la estructura productiva, en particular el desmantelamiento del sector industrial. En La ideología alemana, Marx sostiene que las ideologías no tienen historia; son las sociedades que las producen las que tienen historia[2]. Pues bien, no hay que buscar la historia del individualismo, o del consumismo, o del “apoliticismo” en Chile; hay que buscar la historia del cambio en las condiciones de vida del pueblo en particular y de la sociedad en general, y ahí tenemos la represión, el desmantelamiento de organizaciones políticas y sociales, la ola de privatizaciones masivas, incluyendo la mercantilización de derechos sociales (privatización de la salud, de la educación, sistema de AFP) giro productivo al sector primario y terciario, recorte del gasto público, apertura comercial indiscriminada, entre otras.
Segundo: las ideas que cuestionan el rol específico y fundamental de la política (o de “lo político”) en la lucha de clases y en el diseño de una estrategia revolucionaria. Si en el primer punto  se mencionaba que los cambios culturales no habían sido producto de un largo y lento proceso de maduración social, lo que sigue es el corolario de dicha afirmación: los cambios se hicieron a partir del Estado. La instauración del neoliberalismo en Chile implica un cambio radical y global de la sociedad chilena: económico, político, ideológico. Pero todo ello se logra a partir de la toma total del poder de Estado. Si se piensa en el Consenso de Washington –el decálogo que indica qué hacer para ser neoliberal-, todo se refiere a acciones que sólo se pueden realizar desde el Estado. De esta manera, no es posible diseñar una estrategia revolucionaria donde lo político juegue un rol secundario, donde su especificidad sea negada dando pie a posturas que subestiman el peso y la importancia del Estado en una formación social, pues como bien señalaba el sociólogo marxista Nicos Poulantzas, “la abolición de la especificidad misma de lo político, su desmenuzamiento en todo elemento indistinto […] tienen por resultado hacer superfluo el estudio teórico de las estructuras de lo político y de la práctica política, lo que conduce a la invariante ideológica voluntarismo-economismo, y a las diversas formas de revisionismo, reformismo, espontaneísmo, etc.[3] Nuestra experiencia reciente nos obliga a pensar el Estado y el rol de éste, donde la concepción clásica que lo conceptualiza sólo como una herramienta al servicio de la clase dominante, queda corta, en tanto no logra dar cuenta del rol central que ocupa en el seno de una formación social.
De esta manera, las lecturas que por uno u otro camino conducen al economicismo –el Estado como un mero “reflejo” de la base económica, o bien como un simple “nodo” de una totalidad indiferenciada que sería el capital- son cuestionadas por la experiencia histórica concreta, donde el Estado se constituye no sólo como una herramienta de dominación, sino como la estructura que cohesiona una formación social.

El Estado y la ruptura

Considerando nuestra historia reciente, la necesidad de una problematización sobre el Estado es vital en una estrategia revolucionaria. Sobre este punto, Poulantzas puede aportar mucho a una conceptualización del Estado que permita una estrategia de irrupción y de ruptura para así terminar con el neoliberalismo y avanzar hacia el socialismo.
El Estado es un factor de cohesión social; lo que el marxismo ha concebido como un factor de “orden” o principio de organización, no como la idea común de “orden político” simplemente, sino “en el sentido de la cohesión del conjunto de los niveles de una unidad compleja, y como factor de regulación de su equilibrio global, en cuanto sistema.[4] De esta manera, sus funciones van mucho más allá de gobernar o de simplemente ostentar el monopolio de la violencia física. No se trata sólo de administrar el poder, en el sentido despectivo que le daba Marx cuando en el Manifiesto Comunista sostiene que el Estado moderno es una junta que administra los negocios comunes de la burguesía. El Estado es el espacio de unidad de una formación social, aquello que la mantiene funcionando como una totalidad. Por ello su importancia para un objetivo de revolución, de cambio profundo de una realidad social en todo nivel, económico, político, ideológico.
Siguiendo esta línea, el Estado es también el factor determinante que puede asegurar la cohesión de una unidad o bien la ruptura de ésta, pues además es el lugar de desciframiento de la unidad de las estructuras de una unidad social. Es, en definitiva, el punto neurálgico que permite la cohesión social, lo que lleva a la conclusión lógica de que es el espacio para romper con esa unidad, generando los cambios en las distintas estructuras sociales. Se puede entrar de lleno entonces: el Estado es el lugar donde se descifra la situación de ruptura de la unidad constituida por una formación social.
Esta situación no es sólo una idea del marxismo, se puede ver al examinar nuestra propia historia reciente. Entre mediados de la década de los ’60, aproximadamente, y hasta el fin del gobierno de la Unidad Popular se da una agudización de la lucha de clases en Chile. Nuestro país vivió la explosión de una multiplicidad de contradicciones –algunas de largo aliento, otras que surgieron a partir de la llegada del pueblo al gobierno- lo que determinó su condición de “eslabón débil”, de la misma manera, aunque a la inversa, en que Louis Althusser señala que la Rusia de 1917 constituía el eslabón más débil de la cadena capitalista mundial. La agudización de las diversas contradicciones y la condensación de esta situación en el Estado, justifican una acción dirigida a obtener el control total de éste. Y es aquí donde se observa la realidad del Estado como un lugar donde se puede descifrar la situación de ruptura, pues a partir de la toma de éste, y una vez resueltas las disputas internas que, como un eco lejano, reflejaban en cierto modo las viejas contradicciones previas al golpe, se fue capaz de implementar un plan de ruptura total de la antigua formación, para dar pie a una nueva sociedad. Si la dictadura fue tan exitosa en restaurar el capitalismo a través del modelo neoliberal, es porque lo hizo ocupando de manera total y completa, el lugar que permite la ruptura y reconfiguración de una formación social: el Estado.
Esta conceptualización, por una parte se ve ratificada por la realidad concreta: el hecho incuestionable que lo que hizo el golpe militar fue hacerse del poder de Estado, y el éxito de la instauración del neoliberalismo (en el sentido que ha permanecido durante ya 40 años). Pero, además, estaba inscrita en el pensamiento de uno de sus dirigentes más lúcidos: Jaime Guzmán. Los pocos escritos que dan testimonio de su pensamiento, registran la visión estratégica y de largo plazo que tenía, donde la importancia de una nueva institucionalidad política, de una nueva Constitución, de un nuevo Estado en otras palabras, no radicaba en “la estructura y generación de los órganos políticos del Estado. La realidad es otra. “Institucionalidad” es un término que designa al conjunto de instituciones jurídicas que regulan toda la convivencia, expresando así una determinada forma de vida. De este modo, lo institucional también abarca las estructuras que encauzan lo económico y lo social…[5]. Así pues, Guzmán entendía que el Estado era el factor de cohesión social, y que las consecuencias de su diseño no repercutirían estrictamente en el ámbito político, sino que en la totalidad social. Hoy somos testigos del éxito de su misión y de la aplicación de una serie de políticas que lograron la ruptura de una formación social particular (el Chile de 1973) para dar pie a otra nueva, insistiendo en que el efecto repercute en todos los niveles de esa formación.

Hacia una nueva ruptura

Es necesario sacar lecciones del proceso histórico reciente e incorporar esos aprendizajes en el diseño de una estrategia revolucionaria. La importancia del Estado como lugar de ruptura de la unidad debe llevar a pensar en un proyecto para ocupar ese espacio, pero llenándolo en serio, lo que implica necesariamente el requisito de construir fuerza social. De las luchas del pasado no hay que hacer un copiado y pegado, sino sacar conclusiones que permitan trazar líneas de acción originales y audaces. En ese sentido, no se trata simplemente de esperar una situación de agudización de la lucha de clases para plantearse la disputa del Estado, ni, por el contrario, de llegar al Estado porque sí, en un contexto donde sean imposibles lograr rupturas. La estrategia de ruptura democrática que la Izquierda Libertaria se ha planteado para el período avanza en la dirección correcta que aquí se plantea: ocupación del Estado –en tanto lugar que permite descifrar la situación de ruptura de la unidad-. Por lo mismo debe ser capaz de responder a muchos desafíos que surgirán y sortear los peligros que ese camino reviste.
Así, el elemento central en la estrategia de ruptura democrática es el trabajo de masas. Sólo un volcamiento total al trabajo en los distintos espacios sociales, en el territorio,  en el sindicato, etc., podrá dotar de contenido y de fuerza una tarea como la ocupación del Estado. La ruptura democrática que genere las fisuras necesarias para la entrada del pueblo organizado al Estado y así, a la manera inversa en que lo hizo la dictadura, erradicar el neoliberalismo a partir del ejercicio del poder, sólo podrá hacerse con un fuerte respaldo de masas, del pueblo. Sólo es posible la aplicación de esta estrategia entendiéndola como un componente orgánico de la lucha de clases. Quienes han querido tomar atajos en este camino se han visto forzados a buscar lazos con los que han mantenido este modelo, con quienes quieren evitar cualquier ruptura, con los representantes de la fracción hegemónica de la clase dominante. No hay cambio posible por ese camino. Como bien señalaba Althusser, las alianzas son necesarias e indispensables, pero hay alianzas y alianzas: unas donde prima la concepción jurídico-electoralista, otras donde prima la lucha de masas, o bien, dicho en otros términos, de lo que se trata es, o la primacía del contrato o la primacía del combate[6]. Así la construcción de una izquierda de masas, democrática, socialista, no es sólo un recurso nostálgico, sino que es una necesidad para que el pueblo vaya conquistando su libertad, su dignidad y su soberanía. Es la condición necesaria para apostar a la conquista del poder de Estado, espacio decisivo para lograr la ruptura definitiva de esta formación social que es el Chile neoliberal de 2015.  




[1] Al respecto ver Manuel Gárate, La revolución capitalista de Chile (1973-2003), Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2012, pp. 181-199.
[2]La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento.” Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1972, p. 26.
[3] Poder político y clases sociales en el estado capitalista, Siglo XXI, México, 1972, p. 35.
[4] Poulantzas, pp. 43-44. Lo que sigue también será tomado de este trabajo citado.
[5] Jaime Guzmán, “Esclarecimientos necesarios”. Columna publicada en Revista Ercilla el 18 de julio de 1979.
[6] Louis Althusser, Lo que no puede durar en el Partido Comunista, Siglo XXI, España, 1980, pp. 93-94.