Se ha puesto muy de moda
validar la actual línea política del Partido Comunista de Chile haciendo
comparaciones “históricas” con los gobiernos radicales que comenzaron en 1938 y
con nuestra actitud durante la Unidad Popular, a favor de incorporar al Partido
Radical a dicha coalición, a pesar de su pasado anticomunista, y por la
búsqueda de un acuerdo con la DC hacia el final. La historia siempre da
lecciones de las cuales debemos sacar aprendizajes para fortalecernos y nutrir
nuestra práctica política, pero eso no quiere decir hacer abstracciones de
situaciones pasadas concretas para importarlas a un presente también concreto.
La práctica política marxista es la práctica política de la particularidad y,
por lo tanto, lo que se le exige a los marxistas-leninistas, más que traer a
colación una situación histórica determinada, es hacer un correcto análisis del
presente y del pasado, y sólo hacer comparaciones tomando en cuenta el carácter
concreto y particular de las situaciones que se están comparando.
Es necesario
recalcar esto porque la “justificación histórica” a la cual se ha recurrido con
tanto ahínco cae en dos errores serios que pueden nublarnos sobre las
características particulares de nuestro propio momento actual y, a la larga,
terminar en errores políticos que nos alejen de nuestro objetivo de
poner fin al neoliberalismo y construir el socialismo.
En primer
lugar, esta comparación es abstracta, no concreta. Da cuenta de situaciones
aislándolas del contexto específico en que se dieron, de las particularidades
de la formación social, de la estructura y lucha de clases, del contexto global
y de todos los factores que se deben tomar en cuenta para realizar un análisis
exacto del momento actual. No basta con saber que el de Pedro Aguirre Cerda fue
un gobierno “progresista” o que contó con el apoyo de los comunistas incluso
cuando éstos no participaron del gobierno. No sirve saber que los comunistas se
bajaron del gobierno de Gabriel González Videla para apoyar una huelga de
trabajadores. Todas estas situaciones no se corresponden a un análisis
materialista, ya que describen situaciones en un vacío, despojadas del contexto
histórico en el que se dieron.
No pretendo
aquí hacer ese análisis exhaustivo de las condiciones concretas del período de
aquella época –tarea en la que los historiadores podrían ser mucho más aporte que yo-,
pero sí resaltar algunos aspectos que considero relevantes. En primer lugar, la
política de alianzas de los Frentes Populares se sustentaba en una amenaza
terrible para el pueblo y la izquierda en general: el auge de los movimientos
fascistas. El fascismo tenía claros referentes mundiales, traducidos en
referentes locales que, en el caso de Chile para 1938 mostraba como referente y
candidato presidencial a Carlos Ibáñez del Campo. Frente a una amenaza de ese
calibre se entiende una alianza política que apueste a ser una barrera de
contención para detener su avance y, por sobre todo, su acceso a la estructura
del aparato estatal.
Si hacemos
la comparación hoy, y pensamos en el “enemigo” que nos amenaza –el
neoliberalismo-, el ejemplo histórico de los frentes populares pierde sentido
por un motivo bastante sencillo. En dicha época, el enemigo se concentraba en
un referente bien concreto. Hoy, nuestro enemigo está esparcido a lo largo de
todo el espectro político, tanto en la derecha como en la izquierda –incluso,
yo diría, en la izquierda extraparlamentaria-. El enemigo que nuestra
generación está llamada a derrotar es, en ese sentido, mucho más poderoso que
el de aquel entonces, porque ha logrado legitimarse y transformarse en
hegemónico, en sentido común, en un conjunto de ideas que se sobreponen, que
dominan por sobre otras. Esto hace mucho más riesgosa la apuesta política que
hemos tomado, en tanto en la Concertación no encontramos un aliado clave para
la derrota de nuestro enemigo, en tanto es una coalición que está definida –no
sólo influida- por el neoliberalismo.
Aquí hay que
hacer algunas aclaraciones también, porque se suele caer en el error infantil
de creer que la DC es el ala “derecha” o “neoliberal” de la Concertación. Eso
contradice cualquier análisis más profundo y da cuenta de una incomprensión,
desde la perspectiva marxista, de la manera en que opera la ideología en una
sociedad. Esta idea debe refutarse dando cuenta de que la visión neoliberal
está instalada homogéneamente en todos los partidos de la Concertación, y que
el hecho de que la DC por definición sea anticomunista y le saque ronchas un
acercamiento con nosotros, no los hace más neoliberales. No son más
neoliberales que aquellos sectores que se muestran entusiasmados con nuestra
inclusión en esta “nueva mayoría”, no porque vean una posibilidad de quebrar
este bloque que –más allá de sus diferencias y heterogeneidad interna- es
neoliberal, sino porque ven que al integrarnos se puede asegurar el cierre
institucional hacia “la izquierda”, haciendo todas las reformas progresistas
que sean necesarias para no amenazar el patrón de acumulación de nuestra
lumpen-burguesía nacional. Esos sectores se disfrazan de izquierda, pero son
los más neoliberales –los que están planificando la mantención del modelo a
largo plazo- y, por lo tanto, constituyen la peor amenaza para quienes buscamos
avanzar hacia el socialismo.
De esta
forma, la comparación histórica hecha en abstracto, presenta el grave riesgo de
nublarnos precisamente de estos hechos concretos, que son particulares de
nuestro momento actual, y diferentes de otros períodos de nuestra historia. Sobre
todo, el mayor riesgo está en que el neoliberalismo es algo instalado
homogéneamente en la Concertación y que sus mayores exponentes no son,
necesariamente, los sectores anticomunistas de la DC. Por el contrario, la
mayor amenaza para nuestro objetivo táctico –el fin del neoliberalismo- puede
estar precisamente en los sectores más progresistas, que quieren hacer reformas
precisamente para salvar el modelo de desarrollo.
El segundo
error al realizar esta comparación es que se pretende validar una tesis política
a partir de experiencias que, aunque de manera abstracta, dan cuenta de que
algo así ya se hizo en algún momento pero que todas terminaron mal para el
pueblo y para nuestro Partido. Es decir, se hace abstracción no sólo de las
situaciones concretas donde se llevaron a cabo dichos esfuerzos, sino que, para
peor, de los resultados que se obtuvieron.
En el primer
caso, los frentes populares con el Partido Radical terminaron con la traición
de Gabriel González Videla, la promulgación de la Ley Maldita, la proscripción
de nuestro Partido y la persecución y encarcelamiento de nuestros compañeros.
Entonces, ¿cómo ponemos de ejemplo una coalición que terminó de esta manera?
Bien; el gobierno del FRAP logró derrotar a la opción fascista y tuvo reformas
progresistas, pero una experiencia que terminó así para los comunistas no puede
considerarse exitosa ni tomarse como modelo a seguir, bajo ninguna forma.
La otra
experiencia de búsqueda amplia de unidad fue la UP, especialmente el intento
que hubo al final por alcanzar acuerdos con la DC que impidieran una salida
abrupta del gobierno. Todos sabemos cómo terminó esa experiencia y el rol que
jugó la DC en el golpe de estado. Luis Corvalán en el Pleno del Comité Central
realizado el año 1977 hace un análisis de una serie de errores que condujeron a
la caída del gobierno popular y al
triunfo de la burguesía y Estados Unidos. ¿Cuántas de estas lecciones estamos
considerando a la hora de apostar a “la unidad de la oposición”? ¿Cuáles son
nuestras proyecciones si estamos justificando nuestro paso táctico con errores
tácticos del pasado? ¿Qué podemos esperar de nuestra tesis si, para defenderla,
se recurre a experiencias fallidas?
Pareciera
que echar mano de estas situaciones da más cuenta de una carencia de contenido
en los argumentos a favor de la actual línea y de la supuesta convergencia
programática y, en ese sentido parecen más los manotazos de un ahogado
desesperado por agarrarse de algo firme que, en realidad no está ahí. Hoy es
cuando los militantes del Partido Comunista y de sus Juventudes debemos
detenernos en estos aspectos y desarrollar una mirada crítica, no para decir
necesariamente que estamos equivocados –eso quedará sujeto a las discusiones
que demos en la estructura-, sino para dejar de repetir consignas vacías que lo
único que hacen es obstaculizar una mirada profunda de la realidad en la que
nos encontramos. Este tipo de sesgos, amparados en un dogmatismo teórico y
orgánico, son los mismos que han conducido a los fracasos de las experiencias
socialistas en todo el mundo. Son los mismos que, por no hacerse, impidieron
detectar que en la Unión Soviética seguía existiendo relaciones sociales de
producción que daban origen a clases distintas, evitando tomar las medidas
necesarias para terminar con dicha situación y poder seguir avanzando hacia el
socialismo. Son los sesgos que debemos combatir activamente, pues son ellos los
que nos van a conducir a la derrota.
Y esto se
torna especialmente preocupante al ver las incomprensiones derechistas de la
línea partidaria realizada por algunos compañeros que, tristemente, han corrido
a enarbolar las banderas de Bachelet (incluso antes de la decisión del Pleno
del Comité Central del Partido) sin dar la más mínima señal de una evaluación
crítica del rol que debemos jugar los comunistas en una candidatura de este
tipo.