Toda la historia de la humanidad ha sido una lucha entre la sabiduría y la estupidez. Los ángeles rebeldes, los seguidores de la sabiduría, han tratado siempre de abrir las mentes; la Autoridad y sus iglesias han tratado siempre de mantenerlas cerradas. Y durante la mayoría de ese tiempo, la sabiduría ha tenido que trabajar en secreto, susurrando su palabra, moviéndose como un espía a través de los lugares humildes del mundo, mientras que las cortes y los palacios son ocupados por sus enemigos.

viernes, 7 de junio de 2013

Ojo con las justificaciones “históricas”

Se ha puesto muy de moda validar la actual línea política del Partido Comunista de Chile haciendo comparaciones “históricas” con los gobiernos radicales que comenzaron en 1938 y con nuestra actitud durante la Unidad Popular, a favor de incorporar al Partido Radical a dicha coalición, a pesar de su pasado anticomunista, y por la búsqueda de un acuerdo con la DC hacia el final. La historia siempre da lecciones de las cuales debemos sacar aprendizajes para fortalecernos y nutrir nuestra práctica política, pero eso no quiere decir hacer abstracciones de situaciones pasadas concretas para importarlas a un presente también concreto. La práctica política marxista es la práctica política de la particularidad y, por lo tanto, lo que se le exige a los marxistas-leninistas, más que traer a colación una situación histórica determinada, es hacer un correcto análisis del presente y del pasado, y sólo hacer comparaciones tomando en cuenta el carácter concreto y particular de las situaciones que se están comparando.
Es necesario recalcar esto porque la “justificación histórica” a la cual se ha recurrido con tanto ahínco cae en dos errores serios que pueden nublarnos sobre las características particulares de nuestro propio momento actual y, a la larga, terminar en errores políticos que nos alejen de nuestro objetivo de poner fin al neoliberalismo y construir el socialismo.
En primer lugar, esta comparación es abstracta, no concreta. Da cuenta de situaciones aislándolas del contexto específico en que se dieron, de las particularidades de la formación social, de la estructura y lucha de clases, del contexto global y de todos los factores que se deben tomar en cuenta para realizar un análisis exacto del momento actual. No basta con saber que el de Pedro Aguirre Cerda fue un gobierno “progresista” o que contó con el apoyo de los comunistas incluso cuando éstos no participaron del gobierno. No sirve saber que los comunistas se bajaron del gobierno de Gabriel González Videla para apoyar una huelga de trabajadores. Todas estas situaciones no se corresponden a un análisis materialista, ya que describen situaciones en un vacío, despojadas del contexto histórico en el que se dieron.
No pretendo aquí hacer ese análisis exhaustivo de las condiciones concretas del período de aquella época –tarea en la que los historiadores podrían ser mucho más aporte que yo-, pero sí resaltar algunos aspectos que considero relevantes. En primer lugar, la política de alianzas de los Frentes Populares se sustentaba en una amenaza terrible para el pueblo y la izquierda en general: el auge de los movimientos fascistas. El fascismo tenía claros referentes mundiales, traducidos en referentes locales que, en el caso de Chile para 1938 mostraba como referente y candidato presidencial a Carlos Ibáñez del Campo. Frente a una amenaza de ese calibre se entiende una alianza política que apueste a ser una barrera de contención para detener su avance y, por sobre todo, su acceso a la estructura del aparato estatal.
Si hacemos la comparación hoy, y pensamos en el “enemigo” que nos amenaza –el neoliberalismo-, el ejemplo histórico de los frentes populares pierde sentido por un motivo bastante sencillo. En dicha época, el enemigo se concentraba en un referente bien concreto. Hoy, nuestro enemigo está esparcido a lo largo de todo el espectro político, tanto en la derecha como en la izquierda –incluso, yo diría, en la izquierda extraparlamentaria-. El enemigo que nuestra generación está llamada a derrotar es, en ese sentido, mucho más poderoso que el de aquel entonces, porque ha logrado legitimarse y transformarse en hegemónico, en sentido común, en un conjunto de ideas que se sobreponen, que dominan por sobre otras. Esto hace mucho más riesgosa la apuesta política que hemos tomado, en tanto en la Concertación no encontramos un aliado clave para la derrota de nuestro enemigo, en tanto es una coalición que está definida –no sólo influida- por el neoliberalismo.
Aquí hay que hacer algunas aclaraciones también, porque se suele caer en el error infantil de creer que la DC es el ala “derecha” o “neoliberal” de la Concertación. Eso contradice cualquier análisis más profundo y da cuenta de una incomprensión, desde la perspectiva marxista, de la manera en que opera la ideología en una sociedad. Esta idea debe refutarse dando cuenta de que la visión neoliberal está instalada homogéneamente en todos los partidos de la Concertación, y que el hecho de que la DC por definición sea anticomunista y le saque ronchas un acercamiento con nosotros, no los hace más neoliberales. No son más neoliberales que aquellos sectores que se muestran entusiasmados con nuestra inclusión en esta “nueva mayoría”, no porque vean una posibilidad de quebrar este bloque que –más allá de sus diferencias y heterogeneidad interna- es neoliberal, sino porque ven que al integrarnos se puede asegurar el cierre institucional hacia “la izquierda”, haciendo todas las reformas progresistas que sean necesarias para no amenazar el patrón de acumulación de nuestra lumpen-burguesía nacional. Esos sectores se disfrazan de izquierda, pero son los más neoliberales –los que están planificando la mantención del modelo a largo plazo- y, por lo tanto, constituyen la peor amenaza para quienes buscamos avanzar hacia el socialismo.
De esta forma, la comparación histórica hecha en abstracto, presenta el grave riesgo de nublarnos precisamente de estos hechos concretos, que son particulares de nuestro momento actual, y diferentes de otros períodos de nuestra historia. Sobre todo, el mayor riesgo está en que el neoliberalismo es algo instalado homogéneamente en la Concertación y que sus mayores exponentes no son, necesariamente, los sectores anticomunistas de la DC. Por el contrario, la mayor amenaza para nuestro objetivo táctico –el fin del neoliberalismo- puede estar precisamente en los sectores más progresistas, que quieren hacer reformas precisamente para salvar el modelo de desarrollo.
El segundo error al realizar esta comparación es que se pretende validar una tesis política a partir de experiencias que, aunque de manera abstracta, dan cuenta de que algo así ya se hizo en algún momento pero que todas terminaron mal para el pueblo y para nuestro Partido. Es decir, se hace abstracción no sólo de las situaciones concretas donde se llevaron a cabo dichos esfuerzos, sino que, para peor, de los resultados que se obtuvieron.
En el primer caso, los frentes populares con el Partido Radical terminaron con la traición de Gabriel González Videla, la promulgación de la Ley Maldita, la proscripción de nuestro Partido y la persecución y encarcelamiento de nuestros compañeros. Entonces, ¿cómo ponemos de ejemplo una coalición que terminó de esta manera? Bien; el gobierno del FRAP logró derrotar a la opción fascista y tuvo reformas progresistas, pero una experiencia que terminó así para los comunistas no puede considerarse exitosa ni tomarse como modelo a seguir, bajo ninguna forma.
La otra experiencia de búsqueda amplia de unidad fue la UP, especialmente el intento que hubo al final por alcanzar acuerdos con la DC que impidieran una salida abrupta del gobierno. Todos sabemos cómo terminó esa experiencia y el rol que jugó la DC en el golpe de estado. Luis Corvalán en el Pleno del Comité Central realizado el año 1977 hace un análisis de una serie de errores que condujeron a la caída del gobierno popular  y al triunfo de la burguesía y Estados Unidos. ¿Cuántas de estas lecciones estamos considerando a la hora de apostar a “la unidad de la oposición”? ¿Cuáles son nuestras proyecciones si estamos justificando nuestro paso táctico con errores tácticos del pasado? ¿Qué podemos esperar de nuestra tesis si, para defenderla, se recurre a experiencias fallidas?
Pareciera que echar mano de estas situaciones da más cuenta de una carencia de contenido en los argumentos a favor de la actual línea y de la supuesta convergencia programática y, en ese sentido parecen más los manotazos de un ahogado desesperado por agarrarse de algo firme que, en realidad no está ahí. Hoy es cuando los militantes del Partido Comunista y de sus Juventudes debemos detenernos en estos aspectos y desarrollar una mirada crítica, no para decir necesariamente que estamos equivocados –eso quedará sujeto a las discusiones que demos en la estructura-, sino para dejar de repetir consignas vacías que lo único que hacen es obstaculizar una mirada profunda de la realidad en la que nos encontramos. Este tipo de sesgos, amparados en un dogmatismo teórico y orgánico, son los mismos que han conducido a los fracasos de las experiencias socialistas en todo el mundo. Son los mismos que, por no hacerse, impidieron detectar que en la Unión Soviética seguía existiendo relaciones sociales de producción que daban origen a clases distintas, evitando tomar las medidas necesarias para terminar con dicha situación y poder seguir avanzando hacia el socialismo. Son los sesgos que debemos combatir activamente, pues son ellos los que nos van a conducir a la derrota.
Y esto se torna especialmente preocupante al ver las incomprensiones derechistas de la línea partidaria realizada por algunos compañeros que, tristemente, han corrido a enarbolar las banderas de Bachelet (incluso antes de la decisión del Pleno del Comité Central del Partido) sin dar la más mínima señal de una evaluación crítica del rol que debemos jugar los comunistas en una candidatura de este tipo.

domingo, 2 de junio de 2013

Recuperar un horizonte: una tarea de la izquierda revolucionaria

1.     El fin de la historia: un obstáculo real

La idea desarrollada por Francis Fukuyama de que la historia se acabó es controversial y a menudo se le resta valor, pero es necesario detenerse en ella para realizar un análisis de lo que Lenin llamaba “el momento actual” y de las tareas que éste le impone a las fuerzas de izquierda para la construcción del socialismo. Siendo sintéticos, el autor postula que el capitalismo y las democracias liberales son las mejores formas de organización social posibles –esa es la conclusión histórica tras la caída de los “socialismos reales”-, por lo que todos los cambios en pos de mejoras sociales deben estar dentro del marco capitalista-democrático liberal. En este sentido, la historia habría llegado a su fin, porque no existirán cambios revolucionarios o estructurales posibles que alteren el orden capitalista democrático liberal; no hay nada más allá de esto, no hay alternativas, salvo reformas que apunten a mejorar el orden social ya existente.
Pasando a las críticas, es cierto que Fukuyama agarra dos conceptos complejos de dos filósofos complejos (el “fin de la historia” de Hegel y el “último hombre” de Nietzsche) para escribir un best-seller tremendamente pretencioso. Situarse en la cúspide del desarrollo histórico, como un Dios que mira todo desde las alturas del Olimpo, pensando que ya  todo está dicho, además de soberbio, tiene una connotación religiosa innegable (la de juzgar a la humanidad desde una posición que está por encima de la humanidad, en este caso, desde la conclusión de la historia; aquella posición en que descansa todo lo que la humanidad ha construido a lo largo de su desarrollo).
En virtud de lo anterior, pareciera que la tesis de Fukuyama no merece mayor atención, ya que nadie puede afirmar con semejante certeza que no hay nada más allá del capitalismo y de las democracias liberales. A menos que el señor Fukuyama haya viajado a todos los futuros posibles y visto con sus ojos que en el año 4 mil y en el 10 mil seguiremos igual, resulta imposible ser tan enfático en señalar que no hay formas mejores de organizar las sociedades (posiblemente en la sociedad esclavista o feudal jamás pensaron que podría existir otro modo de organizar la sociedad). Y, por lo demás, creer en que la historia tiene una conclusión, creer en una teleología, en que la historia se dirige a un destino, nos enreda en un problema religioso que nos aleja del problema real a resolver.
Ahora bien, desde una perspectiva materialista se entiende que un “conocimiento”, por mucho que sea ideológico, no deja de relacionarse con la formación social en el cual es producido y al final se constituye en algo objetivo. Marx mismo lo menciona al analizar las categorías de la economía burguesa, las cuales describe como “formas mentales aceptadas por la sociedad, y por tanto objetivas”, por mucho que dichas categorías fueran falsas u omitieran detalles respecto al doble carácter de la mercancía y respecto a la plusvalía.
Entonces, la idea de que la historia se acabó, pese a su absurdo, hoy encuentra cobijo en el seno de la formación social en la cual es producido y termina consolidándose como una idea dominante o, en palabras de Gramsci, siendo parte del “sentido común”. La idea de sentido común adquiere importancia sustantiva, pues si hablamos de una hegemonía aplastante de la tesis del fin de la historia no nos referimos necesariamente al debate de academia, de los intelectuales o de los políticos, sino que de una hegemonía que logra convertirse en el “sentido común” no de los actores mencionados, sino que de las masas, del pueblo. Y aquí no es necesario haber leído a Fukuyama, conocer sus argumentos y darle la razón. No es necesario que alguien diga explícitamente y con argumentos racionales “no hay alternativas”. Esto opera como lo que Slavoj Žižek llama los “conocimientos desconocidos”, cosas que no sabemos que conocemos o, en otras palabras; sabemos, pero no sabemos que sabemos.
La idea de que no existen alternativas al orden actual opera como un telón de fondo, como una obviedad social que ni siquiera es necesario hacer explícita, precisamente, porque es obvia. La idea que sustenta el apoliticismo y la indiferencia es precisamente la de que no hay alternativas. La respuesta clásica “da lo mismo quién gane, hay que trabajar igual” da cuenta de que no hay expectativas puestas en la política o en un proyecto de transformación; a la larga todo seguirá igual. Y seguirá igual porque las alternativas que existieron –en Chile la Unidad Popular, en el mundo la Unión Soviética- colapsaron y no llegaron a buen término, lo cual es el mismo argumento que usa Fukuyama para plantear su tesis. En síntesis: no hay un horizonte para la humanidad y esto nos lleva a una situación de nihilismo en la cual, sencillamente, no se cree en nada.
Esta ideología, esta falta de horizonte, no sólo se refleja en términos de alternativas políticas, sino que en todos los niveles de la sociedad, siendo un ejemplo claro el del arte. La producción artística hoy también está marcada por una creencia –consciente o inconsciente- del fin de la historia (del arte), reflejada en la idea de que ya todo está creado y que, por lo tanto, sólo queda inventar a partir de manosear lo ya existente, resaltar la idea de que “no se había hecho antes” como un mérito en sí mismo o bien de relativizar el concepto de arte. De esta forma tenemos que un “artista” puede exponer un urinario en una galería y es legítimo. O un pintor que expone manchas. Esta falta de horizonte se traduce, en el arte, en una absoluta carencia de ideas y en la mediocridad de ahorrarse un proceso de trabajo y producción, a través de decir que cualquier cosa es arte.
Lo mismo podemos ver en el campo de la teoría, en particular en ciencias sociales. El marxismo es un intento de comprensión global, de las sociedades como un todo complejo y es, por lo tanto, un proyecto muy amplio y que exige mucho esfuerzo y dedicación. Hoy los esfuerzos por una comprensión de la sociedad han abandonado la pretensión de globalidad y se conforman con estudiar aspectos particulares de ésta. Son las llamadas “teorías de alcance medio”. Y si bien alguien podría decir que tienen mayor poder explicativo que teorías globales, como el marxismo, el sociólogo chileno Enzo Faletto da cuenta con mucha precisión de la naturaleza o el interés detrás de estas teorías, al afirmar que las teorías de alcance medio eran para sociólogos de alcance medio. En otras palabras, se instala una mediocridad y una renuncia a intentar entender globalmente los problemas sociales y sus estructuras internas.
Para terminar, todo este nihilismo y mediocridad producto de la falta de horizonte se disfraza con un elemento muy característico de este momento actual y que me permitiré llamar con el término coloquial en que se le conoce: la venta de humo. Se dice que alguien vende humo cuando presenta una idea, un proyecto, un producto, o lo que sea, haciéndolo parecer como novedoso, lleno de cualidades, grandilocuente, cuando en el fondo no hay nada. Se vende una apariencia, no algo concreto. El humo lo vemos en el arte cuando al ver una mancha el artista “explica” y dice que representa “las contradicciones internas del hombre por salir en un mundo individualizado” o cualquier tontera que se le pueda ocurrir; lo vemos en las millones de conferencias que siempre se anuncian de “speakers motivacionales”; en el “couching ontológico”; en teorías de alcance medio ridículas como “la sociología de los cuerpos” y en toda una serie de productos pretenciosos que hablan en difícil para vender caro obviedades que todos saben (o abiertamente, para vender caro absolutamente nada). Todas estas manifestaciones sólo sirven al propósito de esconder la miseria de nuestra producción intelectual –artística, teórica, etc.- actual y de esconder el problema real que tenemos que ver los marxistas: el estancamiento real de nuestra teoría.

2.     El desafío: salir del callejón teórico sin salida

Anteriormente se había dicho que las masas no creen en alternativas porque éstas fracasaron, lo cual además es el sustento para la tesis del fin de la historia. Pero esto no es totalmente cierto. Hay que agregar también que, por otra parte, la izquierda revolucionaria no ha sido capaz de salir de ese fracaso, de emerger de sus ruinas con un proyecto teórico y político convincente.
Haciendo una genealogía esquemática, tenemos el siguiente proceso. Caen los proyectos socialistas en todo el mundo: la UP en Chile, el Muro de Berlín, la Unión Soviética. Derrota política. Esta derrota política da pie a instalar una idea de mundo, de que ya no existen alternativas, más allá del capitalismo y las democracias liberales. Derrota ideológica. La derrota política además permite que la teoría marxista se muestre como una teoría errada que conduce al fracaso, lo cual lleva a que los intelectuales abandonen la teoría marxista como herramienta de análisis social y recurran a otra serie de teorías de todo tipo. Derrota teórica.
Estas tres derrotas condicionan la posibilidad de volver a levantar una alternativa política marxista-leninista. Nos encontramos en una situación que Louis Althusser llamó “el callejón teórico sin salida”, para dar cuenta de las propias dificultades que encontraba la teoría marxista en su tiempo. Hoy nos volvemos a encontrar en un callejón sin salida, sellado por un lado con la experiencia histórica de la caída de los socialismos reales, por otro con el sentido común de que no existen alternativas y por otro, con el estancamiento o abandono de la teoría marxista-leninista.
En esta situación, de arrinconamiento, existen tres posibilidades. Las dos primeras, representan la claudicación; abandonar la teoría marxista-leninista. El primer abandono es el derechista, reflejado en las posturas de los “socialistas renovados”, principalmente el Partido Socialista y el Partido Por la Democracia y, en particular, por el grupo de dirigentes que en su momento participó en el MAPU. En ellos hay un abandono del marxismo, una renuncia a su poder explicativo, por la derecha. Es decir, rechazan el marxismo para abrazar lecturas de la realidad y posiciones políticas socialdemócratas –en el mejor de los casos- o abiertamente neoliberales. Esto explica el comportamiento de la Concertación durante sus 20 años a cargo del país.
Pero esa no es la única claudicación. También está la salida izquierdista, cuyo mejor exponente hoy en día es Gabriel Salazar. Formado en Inglaterra por historiadores liberales, Salazar hoy representa la izquierda que abandona el marxismo por considerarlo estrecho, insuficiente, incapaz de hacer una lectura de la realidad. Esta izquierda que, en otras expresiones, cae en teorías que podríamos llamar “de resistencia”, que siempre se plantean resistiendo a algo, pero donde no hay vocación de poder ni lecturas de la realidad. Teorías como la de “los cuerpos”, del “bio poder”, del “poder local” y todas esas siutiquerías que se plantean como alternativas radicales, en el fondo esconden el mismo defecto que la salida de derecha, que es el compartir su mismo sustento ideológico: el nihilismo provocado por la falta de horizonte producto del triunfo de las clases capitalista en el proceso global de lucha de clases durante el siglo XX. Entender que la sociedad, en el fondo, no cree en alternativas explica la debacle de los partidos de izquierda y de las apuestas políticas de izquierda, es decir, las propuestas de izquierda que apuestan a la obtención del poder político de Estado, en desmedro de estas alternativas de resistencia. Porque es importante señalar que, así como este sentido común se instala en las masas –en términos generales-, en el arte, es la teoría, etc., también se instala en la izquierda. Marx lo resume muy bien: las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante. Y la sutileza de la ideología consiste en ser ese “saber desconocido” mencionado, es decir, instalarse en nuestras cabezas sin que siquiera nos demos cuenta.
La única forma de percatarnos de esta situación y de detenerla, es precisamente la tercera alternativa que tenemos frente al callejón sin salida: el desarrollo de la teoría marxista-leninista. En una frase hermosa y muy clara, Althusser señala que “los marxistas saben bien que ninguna táctica es posible si no descansa en una estrategia, y ninguna estrategia si no descansa en una teoría”. Es decir, para volver a articular un proyecto político marxista, que sea capaz de romper el lastre de la ideología del fin de la historia, necesariamente necesitamos desarrollar la teoría marxista. Esto quiere decir, leer, entender a Marx y a Lenin, entender su importancia revolucionaria y, a partir de esto, ser capaces de leer el presente de forma de entender los nuevos patrones de acumulación capitalista; los cambios en la estructura de clases y, por consiguiente, los cambios en la dinámica de la lucha de clases; las estrategias con las que las clases dominantes aseguran la cuota de ganancia y los dispositivos ideológicos con los que entrampan el quehacer de la izquierda.
La importancia de la teoría hoy está ahí y no puede ser menospreciada bajo los argumentos de la necesidad de dar las luchas políticas contingentes. Es cierto: la política requiere nuestros máximos esfuerzos y siempre nos va a estar exigiendo atención, compromiso y, a menudo, sacrificio. Pero estos esfuerzos serán en vano si no se realizan con una dirección, si no se realizan con un horizonte socialista. Y la recuperación de ese horizonte pasará, necesariamente, por el desarrollo de una teoría que sea capaz de destruir el mito ideológico del fin de la historia y de prevenirnos de los ataques e infiltraciones de la ideología burguesa en nuestra teoría, que han llevado a las renuncias de izquierda y de derecha. Distinguir eso es vital para establecer una línea de demarcación entre una práctica teórica y política verdaderamente revolucionaria y aquellas socialdemócratas o ultraizquierdistas, amparadas en toda clase de teorías de alcance medio y, sobre todo, expuestas con mucho humo.
Y si la pregunta es por qué esto pasa necesariamente por el desarrollo de la teoría marxista y no por su abandono –como argumentan especialmente los “ultras” tipo Salazar-, la respuesta debe ser clara. La práctica teórica marxista fue la única que fue capaz de dar cuenta del sustento material real de las sociedades y, en particular del capitalismo. Fue la única capaz de comprender la naturaleza del doble carácter de la mercancía, de la explotación y de la lucha de clases que se nos presenta de forma brutal en la historia y en la realidad. El leninismo, por su parte, es el esfuerzo por traducir ese inmenso arsenal teórico en una práctica política revolucionaria, que toma partido y apuesta a una transformación radical de la realidad, planteando la política como lo que es: lucha de clases con intereses antagónicos. Y, especialmente hoy, donde los vende humo y socialdemócratas son capaces de agarrar a Marx para depurarlo de sus consecuencias políticas y transformarlo en un autor “descafeinado”, Lenin nos permite recuperarlo devolviéndole su esencia radical usurpada, nos permite recuperarlo para la lucha de clases con el potencial teórico necesario para reconstruir un horizonte para la humanidad. Un horizonte socialista.