Toda la historia de la humanidad ha sido una lucha entre la sabiduría y la estupidez. Los ángeles rebeldes, los seguidores de la sabiduría, han tratado siempre de abrir las mentes; la Autoridad y sus iglesias han tratado siempre de mantenerlas cerradas. Y durante la mayoría de ese tiempo, la sabiduría ha tenido que trabajar en secreto, susurrando su palabra, moviéndose como un espía a través de los lugares humildes del mundo, mientras que las cortes y los palacios son ocupados por sus enemigos.

jueves, 3 de diciembre de 2015

El callejón sin salida. Solución teórica a un problema político

En 1965, aparecía publicada “La revolución teórica de Marx”, del filósofo comunista Louis Althusser. Los ensayos que ahí aparecían tenían por objetivo “la investigación del pensamiento filosófico de Marx, indispensable para salir del callejón sin salida teórico en el que la historia nos había confinado.[1]  Sin embargo, para Althusser, la necesidad de encontrar una salida al callejón teórico era totalmente política. Dicho de otro modo, los artículos publicados eran la respuesta teórica a un problema político. Según el propio autor, son ensayos filosóficos cuyo objetivo es intervenir en la política, refiriéndose a ella a través de los problemas ideológicos y teóricos surgidos en ella[2].
La presente ponencia buscará reflexionar sobre la coyuntura política, las debilidades y desafíos del movimiento popular y sobre las tareas políticas y teóricas del marxismo. No se tratará, entonces, de una exposición filosófica sobre la obra de Althusser, sino sobre la significancia política de ésta, a partir de un diálogo con nuestra propia realidad política  en pleno siglo XXI.

1.

Partamos, entonces, por una breve caracterización de esta realidad política. Podríamos llamar a nuestra época –hablando desde una perspectiva comunista, claramente- como la época de la derrota. Nuestra práctica, nuestras concepciones, nuestro horizonte, nuestras consignas, llevan el estigma de la derrota. Incluso aquellas proclamas optimistas que buscan renegarla (“no somos sangre nueva para viejos fracasos”), dan cuenta de ella a gritos. Y es que los hechos terribles nos dejaron marcada con fuego su lección: no hay alternativas, la historia se acabó. No pretendo yo suscribir a la insostenible tesis de Francis Fukuyama de que no existe ninguna opción superior al capitalismo y la democracia liberal, pero resulta necesario reconocer que esta idea se ha consolidado como una realidad ideológica objetiva. La creencia de que no existen alternativas opera como un pesado telón de fondo que fija unos márgenes muy estrechos para la práctica teórica y política, donde cada día vemos que las diferencias se van diluyendo hasta llegar al punto de ser meros matices técnicos. Y, nuevamente, son los hechos mismos los encargados de enseñarnos brutalmente esta realidad. Por una parte tenemos partidos, otrora revolucionarios, que hoy miran el pasado con la vergüenza de quien, desde la madurez, recuerda alguna tontería juvenil. Y su conclusión es casi una prédica tomada de Fukuyama: fuimos ingenuos, planteamos cambios imposibles, hay que construir y avanzar sobre lo que existe. Por otra parte, las fuerzas políticas que han mantenido una postura anticapitalista encuentran escaso o nulo eco en las masas, ya que éstas no ven proyectos que se constituyan como opciones factibles a lo que hay. Y, digámoslo, no las ven porque no existen.
Hagamos una genealogía esquemática provisional de la derrota. Caen los proyectos socialistas: a nivel local la Unidad Popular, a nivel mundial la caída del Muro y la disolución de la Unión Soviética. Derrota política. La necesidad traumática de explicar y superar estas derrotas lleva a que dirigentes partidarios e intelectuales abandonen el marxismo, argumentando que éste no era capaz de cumplir esa tarea y que, al ser una “teoría totalizante” no podía dar cuenta de los fenómenos particulares e, inevitablemente, conducía al totalitarismo político. Derrota teórica. A su vez, lo anterior permite instalar una idea de mundo en la que no existen alternativas al capitalismo y que, por lo tanto, toda la política y todos los cambios deben hacerse dentro de ese marco. Derrota ideológica. He aquí pues, nuestro propio callejón sin salida del siglo XXI, sellado por una parte por las derrotas políticas que nos marcaron con fuego y sangre, por el sentido común masificado de que no hay opciones diferentes y por el abandono de las herramientas que, precisamente, son las únicas capaces de abrirnos paso. Porque al abandonarla, la teoría deja de desarrollarse y se congela. Claramente se sigue hablando de marxismo, pero como dice Althusser, salvo honrosas excepciones, generalmente es para combatirlo, condenarlo, digerirlo o revisarlo[3]. Y cuando no, se suele hacer desde la marginalidad académica y/o escasamente vinculados a movimientos políticos de masas.
Ahora bien, hacia finales de los ’90, y precisamente en América Latina, comenzaron a irrumpir gobiernos de izquierda; gobiernos que, parafraseando a Althusser, eran relámpagos que desgarraban la oscura noche neoliberal, al decir y mostrar que sí habían alternativas al neoliberalismo. Procesos como el venezolano, el boliviano y el ecuatoriano particularmente, son, sin lugar a dudas, intentos heroicos por devolverle al pueblo la soberanía y dignidad negada durante tanto tiempo por una minoría privilegiada. Y si bien sus logros son irrefutables, los años en el poder le están pasando la cuenta. En palabras de Atilio Borón, hoy somos testigos tanto de un estancamiento de los movimientos populares como de un reacomodo de las oligarquías y burguesías nacionales, que ponen a los gobiernos de izquierda frente a la siguiente encrucijada: o se profundizan las reformas o presenciamos la restauración conservadora[4].
La idea que quiero plantear es que esa encrucijada política nos remite a un problema teórico, pues como decía Lenin en el “¿Qué hacer?”, “sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario.”[5] En ese sentido, me interesa plantear ciertas tareas teóricas que desde el marxismo tenemos pendientes, a fin de poder entregar las herramientas políticas al movimiento popular, para que éste pueda salir de la encrucijada o callejón en el que se encuentra y así avanzar hacia el socialismo e impedir la restauración conservadora.

2.

Dado lo anterior, ¿por qué Althusser? Para responder esta pregunta es necesario leer sus textos a partir del escenario político en el que le toca producir, mencionado a lo largo de toda su obra (aunque me gustaría destacar el prólogo a la segunda edición de La revolución teórica de Marx y su prefacio Hoy).
A qué se enfrenta  Althusser,  cuál es el contexto político de su producción: escisión del movimiento comunista internacional, las críticas al “culto de la personalidad” y al dogmatismo stalinista emanadas a partir del XX° Congreso del PCUS. En particular le preocupa el abordaje que los comunistas soviéticos le estaban dando a sus problemas políticos con el vuelco al “humanismo socialista” cuyas garantías teóricas se encontraban en las obras de juventud de Marx. Aquí es donde entran de lleno las posiciones filosóficas que sostiene Althusser: el carácter científico del marxismo, la ruptura epistemológica que hay en su obra, la especificidad de su pensamiento que lo hace radicalmente distinto a cualquier otro anterior (no sólo al de Hegel, sino que también al de Smith y Ricardo) y los conceptos que son propios del marxismo. Como dije al comienzo, no me centraré en desarrollar en profundidad cada una de estas tesis, pero sí me interesa exponerlas aplicadas al contexto político de Althusser, para entender su crítica y así poder justificar su aplicación al presente.
Sobre el carácter científico del marxismo, no quiero discutir aquí si es o no es una ciencia, lo que me parece un poco estéril al menos por ahora, ya que la denominación que le demos no cambia el carácter del marxismo como disciplina. Dicho de otra manera, la capacidad explicativa del marxismo no está determinada por si decidimos definirla como ciencia o no. Simplemente me quedaré con que el marxismo es una teoría científica, en tanto tiene un objeto de estudio determinado y entrega las herramientas para conocerlo, más allá de sus apariencias. Por último, se puede hacer de la misma manera en que consideramos ciencias a las ciencias sociales. Ahora bien, más allá de todo eso, me parecen correctas las tesis del materialismo histórico respecto a las formaciones sociales, expuestas con magistral sencillez por Engels en la tumba de Marx, diciendo que éstedescubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés.[6] Esa capacidad de dar con la realidad profunda de los fenómenos sociales es lo que me hace defender el carácter científico del marxismo, contra toda otra teoría social, filosofía o ideología. Si queremos ser explícitos al nivel de la caricatura, cito a Lenin: el marxismo es todopoderoso porque es cierto.
Entonces, lo importante es que Althusser sostiene que es posible conocer una formación social a través de la teoría marxista, ya que sólo ésta entrega las herramientas, los conceptos, para conocer esa sociedad científicamente, es decir, realmente. Pero estos elementos no los encontramos en los textos –jamás publicados- de juventud de Marx, ya que abordaban  otras problemáticas. Sin embargo éstos entregaban garantías teóricas que permitían a los soviéticos su “liberación” del dogmatismo. Ahí se podían encontrar los fundamentos para una crítica al “culto de la personalidad” y para la valoración del ser humano con la que Stalin barrió. Pero, siendo marxistas, ¿nos contentaremos con explicar las falencias de un proceso político, la inmensa maquinaria estatal, la perduración de una estructura de clases y la imposibilidad de una democratización radical, a partir de un individuo? No parece creíble que todo el destino de una sociedad dependa de una sola persona. También la historia social se ha encargado de mostrar que los hechos históricos no se definen en los grandes eventos y personajes, sino que son procesos de largo aliento que se incuban en el seno de las relaciones sociales.
Por lo tanto, si tenemos conceptos como modo de producción, relaciones sociales de producción, fuerzas productivas, base económica, superestructura (o edificio) ideológico, plusvalía, clases, ¿por qué no explicar el stalinismo a través de estos conceptos? ¿Por qué se optó (y se sigue optando) por soluciones “ideológicas”? Probablemente porque el marxismo había sido congelado bajo la noche del dogmatismo y estaba incapacitado de entregar las respuestas que se necesitaban. Se echó mano a lo que había disponible, que era la salida fácil, si se quiere; las soluciones ideológicas cuyas garantías teóricas se encontraban en las obras de juventud de Marx y en sus fórmulas humanistas que ahí aparecían. El problema es que para Althusser “los efectos teóricos de la ideología representan siempre una amenaza o un obstáculo para el conocimiento científico; y señalaba que se debía interpretar la inflación de los temas del “humanismo marxista” y su usurpación de la teoría como el síntoma histórico probable de una doble impotencia y de un doble peligro. Impotencia para reflexionar sobre la especificidad de la teoría marxista, y peligro revisionista correlativo de confundirla con interpretaciones ideológicas pre-marxistas. Impotencia para resolver los problemas reales (políticos y económicos) planteados por la coyuntura posterior al XX Congreso y peligro de ocultar estos problemas bajo la “solución” engañosa de fórmulas puramente ideológicas.[7]
Podemos mirar retrospectivamente y concederle el punto a Althusser (o, al menos, el beneficio de la duda). Él estaba diciendo que “las dificultades teóricas en las que nos habíamos sumergido, bajo la noche del dogmatismo, no eran dificultades del todo artificiales, sino que se debían también al estado de no elaboración de la filosofía marxista; aún más, que en las formas congeladas y caricaturescas que habíamos soportado o mantenido […] estaba realmente presente un problema no solucionado; y finalmente que nuestra suerte y nuestra tarea es simplemente plantear y afrontar estos problemas abiertamente.[8] En otras palabras, Althusser ya notaba que había debates que no se querían afrontar abiertamente, en los términos propios del marxismo –que implicaban discusiones sobre relaciones sociales de producción, fuerzas productivas, explotación, estructura de clases- y que, en cambio, eran abordados a través de una ideología que, lejos de solucionar el problema, lo escondía, pues se quedaba en los síntomas y no en las causas reales de éste. Y para que se entienda bien la conexión entre el problema teórico y el político, en uno de los artículos que aparecen en  Lo que no puede durar en el Partido Comunista, Althusser –refiriéndose a otro problema- nos plantea cómo se debe tratar un error en política desde una perspectiva marxista: “La concepción marxista considera que lo importante es lo que el error esconde: las contradicciones estructurales de las que no es sino la manifestación. […] mientras no nos enfrentemos con esas contradicciones y las dominemos, las causas del error persisten.[9] Y persistieron, hasta que la situación no dio para más y la URSS tuvo que disolverse. Por eso me atrevo a decir que la historia le dio la razón a Althusser (así como se la dio a Lucio Magri también).
Las tesis de Althusser encuentran mucha reticencia, pero pocas veces son leídas políticamente o  en su contexto político. Pocas veces se explica el trasfondo político de su denuncia y cómo, a la larga, pareciera haber tenido razón. Porque viendo la experiencia histórica –si es que no bastara un examen comparativo de las dos problemáticas (la humanista del joven Marx y la del materialismo histórico)- queda en evidencia que las teorías humanistas no entregarán luces sobre cómo construir el socialismo.

3.

Entonces, ¿por qué Althusser hoy? Precisamente porque el problema político que veía, y guardando las proporciones, era similar al que tienen hoy día las fuerzas populares de intención socialista o comunista. Es el mismo, porque el problema siguió ahí, latente: la evasión teórica de los problemas reales (económicos y políticos). Y, aunque se da en contextos distintos, se traduce en el mismo problema político: ¿cómo seguir avanzando y profundizando un proceso socialista? O más aún, ¿cómo construir el socialismo?
Recapitulemos. El fin del dogmatismo stalinista ponía a los soviéticos ante un problema político que antes, por culpa del “culto”, no podía abordarse: cómo profundizar el socialismo. Esta pregunta, política, exigía un esfuerzo teórico. Dicho esfuerzo, compartiendo la opinión de Althusser, no se realizó correctamente. Se optó por tomar evasivas, por buscar “atajos” y garantías teóricas en lugares donde no debían buscarse. A la larga la URSS se desintegró, los proyectos socialistas/comunistas prácticamente desaparecieron y el marxismo se vio replegado a discusiones académicas de poco alcance. Los socialismos del siglo XXI surgen en este contexto y, por lo tanto, pilla a los teóricos “desprevenidos”, pues las cuestiones fundamentales que en el contexto de la URSS no fueron resueltas por los marxistas, siguen sin ser resueltas hoy. Y he aquí la importancia de Althusser: su denuncia teórica sigue sin ser recogida en los términos en que él la planteó, a saber, políticamente. El callejón teórico sin salida sigue cerrado, pues el marxismo aún no ha sido capaz de sacarse de encima la derrota que significó la caída de la URSS. Lograrlo depende de un doble desafío: explicar, en los términos del marxismo, por qué cayó la URSS y, a partir de esa explicación, construir una teoría del socialismo aplicada al contexto neoliberal del siglo XXI.  En palabras de John Roemer, “probablemente la mayor tarea del marxismo de hoy sea construir una teoría moderna del socialismo. Tal teoría debe incluir una explicación de las ineficiencias e injusticias del capitalismo moderno, así como un proyecto teórico para corregir esas fallas en una sociedad socialista factible.[10]
Para ver la vinculación entre esta falencia teórica y el problema político que enfrentan los procesos de izquierda de América Latina basta ir a los hechos mismos. Por una parte, es evidente que estos proyectos no son alternativas anticapitalistas. Y, claro, la respuesta más probable es que, así como el de la UP lo fue, son gobiernos instrumentales con miras al socialismo. El problema es que nadie sabe cómo dar el paso siguiente, porque si antiguamente teníamos el ejemplo de la URSS (para bien o para mal), hoy no tenemos ninguno. Sabemos que no queremos replicar el sistema de monopolio estatal, pero no hemos sido capaces de pensar el socialismo más allá de eso y de ahí la encrucijada que menciona Borón. Y una prueba de ello: la izquierda sigue replicando los debates del “culto de la personalidad” al hablar de Hugo Chávez o Fidel Castro, en lugar del discutir en los términos en que Althusser nos llama a discutir, que son los del marxismo, los cuales ya mencioné.

4.

Por lo tanto, para concluir, la solución para salir de este callejón sin salida es una: el estudio riguroso, “científico” y crítico de la obra de Marx y de los grandes desarrolladores de su teoría (Engels, Lenin, Luxemburgo, Gramsci, Mao, por mencionar sólo algunos).
Althusser nos deja algunas tareas para el movimiento comunista en la teoría, de las cuales quiero mencionar tres[11]:
         i.            Luchar contra la concepción del mundo burguesa y pequeñoburguesa que amenaza siempre la teoría marxista y la infiltra. Forma general, el economismo (hoy tecnocratismo) y su complemento espiritualista: el idealismo moral (hoy humanismo).
       ii.            Conquistar para el marxismo la mayoría de las ciencias humanas y, sobre todo, las ciencias sociales, que ocupan por impostura el “continente” científico de la Historia, del cual Marx nos dio las llaves.
      iii.            Desarrollar, con todo el rigor y la audacia requerida, la teoría marxista, uniéndolas a las exigencias e invenciones de la práctica de la lucha de las clases revolucionarias.
En lo personal, me parece que debemos centrar los debates en los siguientes puntos (evidentemente, no se trata de una lista exhaustiva): concebir nuevas formas de organizar la producción más allá del monopolio estatal; abordar los cambios que ha tenido la organización del trabajo en las últimas décadas, así como los cambios en la estructura de clases correspondiente; el status teórico de la explotación al interior de la URSS (sobre el cual hacen un interesante aporte marxistas analíticos como Roemer y Erik Olin Wright –interesados, precisamente, en explicar su persistencia en una sociedad sin propiedad privada); y, para no alargarme, la necesidad que tiene un proyecto anticapitalista de desarrollar las fuerzas productivas y la función que éstas deben cumplir en la lucha de clases y en el socialismo.
Afrontar estos debates abiertamente –con todas las dificultades que ello puede implicar- será la única forma de encontrar las contradicciones estructurales que nos llevan al error y al estancamiento del avance popular. Desarrollar la teoría marxista, en sus términos, en su especificidad, es una tarea capital del movimiento comunista si quiere ser capaz de entender en profundidad el funcionamiento de nuestras sociedades en el marco de un capitalismo neoliberal en el siglo XXI. Es nuestra suerte y nuestra tarea afrontar estos problemas abiertamente, si queremos sacar al marxismo del callejón sin salida teórico en el que la historia nos ha confinado, condición sine qua non, a su vez, para salir del callejón sin salida político. Porque como bien señala Althusser, “los marxistas saben que ninguna táctica es posible si no descansa en una estrategia y ninguna estrategia si no descansa en una teoría.[12]



* Ponencia presentada en el III Encuentro de teoría y filosofía política UC. Disponible también en https://www.academia.edu/19510970/El_callej%C3%B3n_sin_salida._Soluci%C3%B3n_te%C3%B3rica_a_un_problema_pol%C3%ADtico.
[1] Luis Althusser, “Prefacio: hoy”, en La revolución teórica de Marx, Siglo XXI, México, 2004, p. 13.
[2] Prólogo, íbid., p. ix.
[3] Althusser, “La filosofía: arma de la revolución”, en Para leer El Capital, Siglo XXI, México, 2004, p. 8.
[4] Borón, “América Latina entre la profundización de los cambios y la restauración conservadora”, 2014. Disponible en http://www.atilioboron.com.ar/2014/10/america-latina-entre-la-profundizacion.html.
[5] Lenin, “¿Qué hacer?”, en Obras escogidas, Tomo I, Progreso, Moscú, 1961, p. 79.
[6] Friedrich Engels, “Discurso ante la tumba de Marx”. Disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm.
[7] Althusser, Prólogo, Op. Cit., p. xiv.
[8] Althusser, “Prefacio”, Op. Cit., p. 22.
[9] Althusser, Lo que no puede durar en el Partido Comunista, Siglo XXI, España, 1980, pp. 47-48.
[10] John E. Roemer (ed.), El marxismo: una perspectiva analítica, FCE, México, 1989, p. 11.
[11] Althusser, “La filosofía: arma de la revolución”, en Op. Cit., pp. 8-9.
[12] Althusser, “Marxismo y humanismo”, en La revolución teórica de Marx, Op. Cit., p. 201.

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