La práctica política marxista
exige el “análisis concreto de la situación concreta” que nos decía Lenin, lo
que implica detectar las particularidades del momento y lugar donde se pretende
hacer política. Esto excluye, de inmediato, la repetición mecánica de fórmulas,
frases y citas extraídas de otro momento, aplicadas a otro contexto. Es
importante señalar esto, dado que el mapa de la izquierda ha variado considerablemente
en los últimos años en Chile, lo que hace insostenible seguir pensando o
haciendo política en base a una imagen pasada. Dos son los factores
fundamentales de este cambio: i) el ingreso del Partido Comunista al
conglomerado neoliberal de la Concertación y ii) el viraje y maduración
política de una serie de orgánicas ligadas principal, aunque no exclusivamente,
al mundo universitario (aquí nos referiremos a la Izquierda Libertaria (IL),
Izquierda Autónoma (IA) y Unión Nacional Estudiantil (UNE)). Seguir tratando a
estos dos grupos de la misma forma en que se hacía cinco, diez o quince años
atrás, claramente da cuenta de la ausencia de un análisis concreto del momento
concreto, necesario para hacer política en serio.
Composición y posición de clase
En la entrevista “La filosofía: arma de la revolución”,
Louis Althusser señala la distinción entre el “instinto de clase” proletario y
las “posiciones de clase” proletarias. Él dice que los obreros tienen
desarrollado el instinto propio de su clase, que le facilita el paso a las
posiciones (políticas) propias de su clase, mientras que los intelectuales
(como él) tienen un instinto de clase pequeño burgués, el cual debe ser
revolucionado, pasando por una “reeducación
larga, dolorosa, difícil”, si es que se quiere llegar a adoptar las
posiciones de clase del proletariado. Dejando pendiente un debate más profundo
sobre el “instinto” de clase, me parece que la idea de Althusser es entendible
y razonable. Sobre todo quienes militamos –y quienes venimos de orígenes burgueses
o pequeñoburgueses- entendemos muy bien, porque lo hemos visto y vivido, que la
clase tira. La clase pesa, y es por ello que cuesta asumir posiciones políticas
proletarias sin dejarnos caer en las tentaciones del ultraizquierdismo[1]
o del reformismo.
Por lo
anterior, la distinción cobra importancia a la hora de levantar una
organización de aspiración revolucionaria, cuyo horizonte sea la emancipación
de los trabajadores. Una orgánica con composición de clase obrera contará con
ese instinto de clase que facilitará el paso a posiciones de clase obrera. Una
organización primordialmente estudiantil, tendrá un instinto burgués, o pequeño
burgués, que dificultará su tránsito a posiciones políticas obreras, siendo más
susceptible de caer en posiciones ultraizquierdistas o reformistas. En este
sentido, la gran ventaja del PC respecto al resto de las organizaciones de
izquierda, es su composición de clase. Desde su formación, a comienzos del
siglo XX, el PC fue por excelencia un partido obrero, diferenciándose incluso
del PS, cuya composición de clase era más heterogénea. La composición de clase
del resto de las organizaciones de izquierda a las que aludo, es primordial o
totalmente pequeño burguesa (o abiertamente burguesa).
Ahora bien,
es evidente que no basta ser obrero para sostener una posición de clase obrera.
Ni tampoco es imposible para un pequeño burgués vencer su instinto, a través de
esa reeducación difícil (que debe implicar la investigación profunda del
marxismo y la práctica política; la militancia). En este sentido, Nicos
Poulantzas, refiriéndose a las “categorías sociales” (grupos sociales como los
estudiantes), advierte el error que es tanto sobreestimar como subestimar el
peso de la adscripción de clase. No se puede pensar que un pequeño burgués, por
serlo, está condenado, inapelablemente, a sostener posiciones políticas pequeño
burguesas. Tampoco se puede pensar que da lo mismo la composición de clase de
una organización, sin ver la necesidad, planteada por Althusser, de un trabajo de
formación mucho más exigente en el caso de una organización no obrera.
De esta
manera, si bien la composición de clase de una organización es un factor muy
importante que debe ser considerado a la hora de pensar una práctica y un
programa político, no necesariamente determina de manera mecánica el quehacer
de una organización en particular. Pero entonces, el problema que surge es:
¿cómo saber cuál es la posición política de la clase?
Para
responder a esa pregunta, una vez más es necesario volver a Lenin: análisis
concreto de la situación concreta. Sólo así se podrá tener claridad respecto a
las necesidades de la clase obrera, sus condiciones objetivas y subjetivas, la
correlación de fuerzas, las características del Estado, etc. Sólo sobre un
diagnóstico acabado, se puede trazar un programa que permita avanzar en la
dirección correcta. En este sentido, creo que la izquierda ha tendido a
converger –aunque a destiempos- en una lectura y un marco de acción, dando pie
a estrategias que, en su nombre, hablan de su similitud:
revolución/ruptura/apertura democrática. Sin entrar en el detalle, me parece
que ese es el plan de acción que una organización revolucionaria debiera seguir
en este momento, enriqueciéndola en sus aspectos más débiles y aplicándola con
audacia y originalidad.
Ahora bien,
es precisamente en esta relación entre la composición de clase y la posición de
clase (considerando ésta como la mencionada anteriormente) de estas
organizaciones de izquierda, donde podemos ver la principal variación en el
último tiempo.
Por una
parte tenemos al PC, que en su tesis de “revolución democrática” plantea que lo
esencial en este período es la superación del neoliberalismo. Sin embargo hoy
están inmersos en una coalición política profundamente neoliberal. Y esto hay
que aclararlo a ciertas personas que se olvidaron del marxismo (salvo de las
citas clásicas repetidas como mantra): el neoliberalismo de la Concertación[2]
no está dado por el discurso o voluntad de sus dirigentes; obedece a la clase
de la que es representante. No es posible creer en un viraje político profundo
de la Concertación, si su estructura de clases sigue siendo la misma, si siguen
representando a los mismos empresarios que se benefician del neoliberalismo.
Los ejemplos abundan abusivamente por estos días. Una reforma tributaria hecha
con el gran empresariado, financiamientos a campañas con dinero del yerno de
Pinochet, una reforma laboral que no toca los puntos fundamentales exigidos por
el sindicalismo, entre otros. Por ello es necesario repetir que el
neoliberalismo no puede ser superado en el seno de un conglomerado neoliberal.
El neoliberalismo no puede ser superado con reformas neoliberales. El
neoliberalismo no puede ser superado perfeccionando el neoliberalismo.
Por este
motivo, si bien el PC mantiene una composición de clase proletaria, hoy ha
abandonado una posición política de dicha clase, para adscribir a la posición
de la fracción hegemónica de la clase dominante: el empresariado progresista
(cuyo máximo exponente mediático probablemente sea Jorge Awad) que entiende que
son necesarias ciertas reformas para que el modelo se mantenga estable. Aunque
el PC siga siendo obrero, aunque siga teniendo una inserción de masas superior,
aunque siga haciendo un trabajo de base de izquierda, como colectivo, como
totalidad, está subsumida (¡y cuánta subsunción!) en el proyecto reformador de
la clase dominante.
Por el
contrario, los otros colectivos de izquierda (IL, UNE, IA), han dado un viraje
que demuestra madurez y crecimiento político. Salir de la universidad, la
disputa del Estado, la inserción de masas, el programa de ruptura/apretura
democrática, nos hablan de una izquierda más madura, diferente del clásico
colectivo tan encerrado en la universidad, que incluso llegaba a coquetear con
el gremialismo en términos ideológicos. Hoy ya no es sostenible seguir
afirmando que estos son grupos de izquierda pequeño burgueses o burgueses en el
sentido en que se hacía años atrás, pues precisamente el viraje que han dado da
cuenta del compromiso de abandonar las lógicas de la izquierda universitaria,
para pasar a ser una izquierda de masas, que dispute el poder en beneficio de
los trabajadores. Que queda mucho camino por recorrer, queda. Que hay muchas
falencias que subsanar, las hay. Que la composición de clase juegue en contra,
es algo que habrá que combatir, con formación y política, donde la inserción en
el mundo laboral es una tarea primordial.
De esta
manera, el argumento trillado que acusa infantilismo, ultraizquierdismo y ser
pequeñoburgueses, en contraposición al carácter inmaculado del partido de los
trabajadores, se diluye. Es un recurso nostálgico, que apela a una realidad que
ha cambiado. Los militantes de un conglomerado que genera leyes con el gran
empresariado no tienen cara para decirle a nadie que le hacen el juego a la
derecha, o que son burgueses (paradójicamente, es el mismo discurso que le
predicó la Concertación al PC durante 20 años). Al menos no la tienen en
términos políticos, siempre se podrá llevar todo al debate moralino de “quién
es más pobre”.
El peso de la historia
De la misma manera en que la
composición de clase no garantiza que el proyecto sea de la clase, la historia
tampoco. Parte de la fe que los militantes del PC depositan en la rectitud de
su línea política, está dada por la tradición partidaria. Una historia que
emerge en el seno de los sectores más conscientes de la clase obrera del siglo
XX, organizada en torno a la FOCH. Una historia que se ha escrito en las mismas
páginas en las que se ha escrito la historia de la clase obrera, sufriendo las
mismas penurias, las mismas miserias. El PC ha sufrido como ningún otro todas
las olas de represión a la clase obrera. Más de un siglo de una historia muy
rica, del que llegó a ser unos de los tres grandes partidos comunistas de
Occidente.
Con esa
enorme mochila es que se relaciona con otras organizaciones de izquierda,
argumentando una tradición ligada al pueblo. Es cierto, es innegable esa
historia de lucha junto al pueblo, la que no tienen (o no a ese nivel al menos)
IL, UNE ni IA. Pero un análisis materialista no se hace en base a la historia,
en abstracto, como si ésta operara como una suerte de fuerza astrológica
invisible que determinará el quehacer presente. Porque, que quede claro, la
política actual del PC no es congruente con esa historia. No porque en el
pasado se actuó de cierta forma, todo lo que se haga ahora es parte de ese
mismo actuar. Los virajes son posibles, las rupturas son posibles. La práctica
política es algo concreto, permeable por el contexto (sobre todo si no se toman
los resguardos teóricos para proteger dicha práctica de los asaltos de la
ideología dominante). La historia no opera como un guardián espiritual que
protegerá por siempre la línea política, garantizando que ésta sirva a los
intereses de los trabajadores.
Es cosa de
ver el caso del Partido Comunista Italiano. El partido de Gramsci, el más
grande de los partidos comunistas de Occidente, con una tradición teórica y
política riquísima. Con toda esa historia, con todos esos antecedentes, de
cualquier forma terminó sucumbiendo a pretensiones socialdemócratas que
incubaron una crisis que le impidió hacer frente a la caída de los socialismos
reales. Hoy el PCI no existe; otros grandes partidos comunistas, como el
francés o el español, terminaron
abrazando el eurocomunismo, que en realidad es una variante izquierdista de la
socialdemocracia. Por lo tanto, si le ha pasado a otros partidos, con una
historia casi o igual de rica, ¿por qué no le puede pasar al PC chileno?
De manera
inversa, la historia de las orgánicas de izquierda a las que me he referido,
está más ligada a un espacio reducido –el estudiantil-, a la marginalidad, al
estancamiento. Sin embargo, no ver la ruptura respecto a ese pasado que hay en
las candidaturas congresales de la IA, en el viraje orgánico y político de IL,
y en el esfuerzo de unión de diversas organizaciones realizada por la UNE, es,
sencillamente, negar la realidad concreta. Aquí, nuevamente, hay que ser
enfáticos en señalar que la historia pesa, generalmente ejerce una inercia,
pero no es un garante del presente o futuro. Tanto en el PC, como UNE-IL-IA hoy
se encuentran en un proceso de ruptura respecto a su pasado. Los últimos, un
viraje positivo, hacia adelante, que desafía una historia pequeña. Los
primeros, un viraje negativo, hacia atrás, que deshonra una historia gigante de
compromiso y lucha.
El mapa de la izquierda
Este reordenamiento de la
izquierda en Chile configura un escenario totalmente nuevo, sobre el cual es
necesario decir algunas cosas. Probablemente el ingreso del PC a la
Concertación sea uno de los hitos más grandes dentro del mapa de la izquierda,
en tanto ésta se queda sin el que era su mayor referente. Porque no se puede
ser de izquierda y ser neoliberal. Y esto va más allá de sus militantes
particulares –muchos de los cuales merecen todo nuestro respeto y admiración-;
porque este debate no es psicológico o subjetivista. Es el aparato partido,
como una totalidad, como una síntesis, el que hoy participa en un proyecto de
restauración neoliberal y es, por tanto, neoliberal –aunque sea por omisión,
para no ser tan tajantes-. Por lo tanto, el terreno vacío que queda en la
izquierda es gigante.
Y precisamente
el desafío está ahí: cómo volver a poblar ese espacio en la izquierda que el PC
dejó. No se trata de hacer un PC 2.0, sino de cómo se levantan nuevos
movimientos, nuevas organizaciones, nuevos partidos que sean capaces de llenar
ese vacío con originalidad, con audacia, con creatividad. La tarea es difícil,
pero no imposible. Tenemos los ejemplos del MAS en Bolivia, del Podemos en
España, de Syriza en Grecia. Aunque cada uno responde a un contexto particular,
se trata de nuevas organizaciones de izquierda, que han sabido ocupar un
espacio vacante en la izquierda, que han sabido leer las demandas populares
para encarnarlas en un programa que entendible y creíble. El pueblo ha empezado
a ver a esas organizaciones a los representantes de sus intereses y los han
favorecido con su voto por ello.
En Chile
estamos varios pasos más atrás, pero no por eso vamos a renunciar a esa tarea.
Al contrario, se hace más necesario que nunca. En ese sentido, son estas tres
organizaciones: IL, UNE, IA, las que parecen haber entendido que este es el
desafío hoy; la reconstrucción de una izquierda con inserción de masas, con
vocación de poder, con capacidad de representar los intereses del pueblo. Las
críticas que podemos hacerles son muchas (se mencionaron al menos dos; su
composición de clase y su historia), las diferencias pueden ser también
considerables. Pero en un escenario donde hay tantas necesidades tan urgentes,
donde el movimiento social se encuentra en un estado tan incipiente y el Estado
neoliberal parece todopoderoso, se celebra el crecimiento y la madurez que
implica aceptar ese desafío y recoger el guante. No son decisiones fáciles,
pero es lo que hay que hacer si se quiere dejar de ser la izquierda que predica
cómoda sin ensuciarse las manos. Y hoy esta es la izquierda que recoge el
guante, se arremanga y mete las manos al barro. No podemos decir que todo se
hará o se haya hecho bien, que no se cometerán errores. Pero es el primer paso
y quizás el más difícil. Por eso muchas de las críticas no se corresponden con
la actualidad y obedecen a un pasado que ya no existe. Para quienes creemos
firmemente en la necesidad de terminar con el neoliberalismo, entendemos que el
espacio de construcción política está ahí, con todas las deficiencias que
podamos detectar –sobre todo quienes venimos de una tradición militante tan
distinta- y es a ese molino donde hay que echar agua si queremos tener una
izquierda de masas con fuerza política para cumplir con las demandas del
pueblo.
[1] En
especial sobre ese ultraizquierdismo, Althusser lo señala muy bien cuando habla
de la “deuda imaginaria” que se crean algunos jóvenes de origen burgués o
pequeño burgués por no haber nacido proletarios. Una deuda imaginaria que intentan
pagar con voluntarismo y el discurso más radical posible. Cualquiera que haya
pasado por la universidad podrá dar testimonio de este comportamiento (muy
cristiano por lo demás).
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