Toda la historia de la humanidad ha sido una lucha entre la sabiduría y la estupidez. Los ángeles rebeldes, los seguidores de la sabiduría, han tratado siempre de abrir las mentes; la Autoridad y sus iglesias han tratado siempre de mantenerlas cerradas. Y durante la mayoría de ese tiempo, la sabiduría ha tenido que trabajar en secreto, susurrando su palabra, moviéndose como un espía a través de los lugares humildes del mundo, mientras que las cortes y los palacios son ocupados por sus enemigos.

lunes, 6 de julio de 2015

El nuevo mapa de la izquierda

La práctica política marxista exige el “análisis concreto de la situación concreta” que nos decía Lenin, lo que implica detectar las particularidades del momento y lugar donde se pretende hacer política. Esto excluye, de inmediato, la repetición mecánica de fórmulas, frases y citas extraídas de otro momento, aplicadas a otro contexto. Es importante señalar esto, dado que el mapa de la izquierda ha variado considerablemente en los últimos años en Chile, lo que hace insostenible seguir pensando o haciendo política en base a una imagen pasada. Dos son los factores fundamentales de este cambio: i) el ingreso del Partido Comunista al conglomerado neoliberal de la Concertación y ii) el viraje y maduración política de una serie de orgánicas ligadas principal, aunque no exclusivamente, al mundo universitario (aquí nos referiremos a la Izquierda Libertaria (IL), Izquierda Autónoma (IA) y Unión Nacional Estudiantil (UNE)). Seguir tratando a estos dos grupos de la misma forma en que se hacía cinco, diez o quince años atrás, claramente da cuenta de la ausencia de un análisis concreto del momento concreto, necesario para hacer política en serio.

Composición y posición de clase

En la entrevista “La filosofía: arma de la revolución”, Louis Althusser señala la distinción entre el “instinto de clase” proletario y las “posiciones de clase” proletarias. Él dice que los obreros tienen desarrollado el instinto propio de su clase, que le facilita el paso a las posiciones (políticas) propias de su clase, mientras que los intelectuales (como él) tienen un instinto de clase pequeño burgués, el cual debe ser revolucionado, pasando por una “reeducación larga, dolorosa, difícil”, si es que se quiere llegar a adoptar las posiciones de clase del proletariado. Dejando pendiente un debate más profundo sobre el “instinto” de clase, me parece que la idea de Althusser es entendible y razonable. Sobre todo quienes militamos –y quienes venimos de orígenes burgueses o pequeñoburgueses- entendemos muy bien, porque lo hemos visto y vivido, que la clase tira. La clase pesa, y es por ello que cuesta asumir posiciones políticas proletarias sin dejarnos caer en las tentaciones del ultraizquierdismo[1] o del reformismo.
Por lo anterior, la distinción cobra importancia a la hora de levantar una organización de aspiración revolucionaria, cuyo horizonte sea la emancipación de los trabajadores. Una orgánica con composición de clase obrera contará con ese instinto de clase que facilitará el paso a posiciones de clase obrera. Una organización primordialmente estudiantil, tendrá un instinto burgués, o pequeño burgués, que dificultará su tránsito a posiciones políticas obreras, siendo más susceptible de caer en posiciones ultraizquierdistas o reformistas. En este sentido, la gran ventaja del PC respecto al resto de las organizaciones de izquierda, es su composición de clase. Desde su formación, a comienzos del siglo XX, el PC fue por excelencia un partido obrero, diferenciándose incluso del PS, cuya composición de clase era más heterogénea. La composición de clase del resto de las organizaciones de izquierda a las que aludo, es primordial o totalmente pequeño burguesa (o abiertamente burguesa).
Ahora bien, es evidente que no basta ser obrero para sostener una posición de clase obrera. Ni tampoco es imposible para un pequeño burgués vencer su instinto, a través de esa reeducación difícil (que debe implicar la investigación profunda del marxismo y la práctica política; la militancia). En este sentido, Nicos Poulantzas, refiriéndose a las “categorías sociales” (grupos sociales como los estudiantes), advierte el error que es tanto sobreestimar como subestimar el peso de la adscripción de clase. No se puede pensar que un pequeño burgués, por serlo, está condenado, inapelablemente, a sostener posiciones políticas pequeño burguesas. Tampoco se puede pensar que da lo mismo la composición de clase de una organización, sin ver la necesidad, planteada por Althusser, de un trabajo de formación mucho más exigente en el caso de una organización no obrera.
De esta manera, si bien la composición de clase de una organización es un factor muy importante que debe ser considerado a la hora de pensar una práctica y un programa político, no necesariamente determina de manera mecánica el quehacer de una organización en particular. Pero entonces, el problema que surge es: ¿cómo saber cuál es la posición política de la clase?
Para responder a esa pregunta, una vez más es necesario volver a Lenin: análisis concreto de la situación concreta. Sólo así se podrá tener claridad respecto a las necesidades de la clase obrera, sus condiciones objetivas y subjetivas, la correlación de fuerzas, las características del Estado, etc. Sólo sobre un diagnóstico acabado, se puede trazar un programa que permita avanzar en la dirección correcta. En este sentido, creo que la izquierda ha tendido a converger –aunque a destiempos- en una lectura y un marco de acción, dando pie a estrategias que, en su nombre, hablan de su similitud: revolución/ruptura/apertura democrática. Sin entrar en el detalle, me parece que ese es el plan de acción que una organización revolucionaria debiera seguir en este momento, enriqueciéndola en sus aspectos más débiles y aplicándola con audacia y originalidad.
Ahora bien, es precisamente en esta relación entre la composición de clase y la posición de clase (considerando ésta como la mencionada anteriormente) de estas organizaciones de izquierda, donde podemos ver la principal variación en el último tiempo.
Por una parte tenemos al PC, que en su tesis de “revolución democrática” plantea que lo esencial en este período es la superación del neoliberalismo. Sin embargo hoy están inmersos en una coalición política profundamente neoliberal. Y esto hay que aclararlo a ciertas personas que se olvidaron del marxismo (salvo de las citas clásicas repetidas como mantra): el neoliberalismo de la Concertación[2] no está dado por el discurso o voluntad de sus dirigentes; obedece a la clase de la que es representante. No es posible creer en un viraje político profundo de la Concertación, si su estructura de clases sigue siendo la misma, si siguen representando a los mismos empresarios que se benefician del neoliberalismo. Los ejemplos abundan abusivamente por estos días. Una reforma tributaria hecha con el gran empresariado, financiamientos a campañas con dinero del yerno de Pinochet, una reforma laboral que no toca los puntos fundamentales exigidos por el sindicalismo, entre otros. Por ello es necesario repetir que el neoliberalismo no puede ser superado en el seno de un conglomerado neoliberal. El neoliberalismo no puede ser superado con reformas neoliberales. El neoliberalismo no puede ser superado perfeccionando el neoliberalismo.
Por este motivo, si bien el PC mantiene una composición de clase proletaria, hoy ha abandonado una posición política de dicha clase, para adscribir a la posición de la fracción hegemónica de la clase dominante: el empresariado progresista (cuyo máximo exponente mediático probablemente sea Jorge Awad) que entiende que son necesarias ciertas reformas para que el modelo se mantenga estable. Aunque el PC siga siendo obrero, aunque siga teniendo una inserción de masas superior, aunque siga haciendo un trabajo de base de izquierda, como colectivo, como totalidad, está subsumida (¡y cuánta subsunción!) en el proyecto reformador de la clase dominante.
Por el contrario, los otros colectivos de izquierda (IL, UNE, IA), han dado un viraje que demuestra madurez y crecimiento político. Salir de la universidad, la disputa del Estado, la inserción de masas, el programa de ruptura/apretura democrática, nos hablan de una izquierda más madura, diferente del clásico colectivo tan encerrado en la universidad, que incluso llegaba a coquetear con el gremialismo en términos ideológicos. Hoy ya no es sostenible seguir afirmando que estos son grupos de izquierda pequeño burgueses o burgueses en el sentido en que se hacía años atrás, pues precisamente el viraje que han dado da cuenta del compromiso de abandonar las lógicas de la izquierda universitaria, para pasar a ser una izquierda de masas, que dispute el poder en beneficio de los trabajadores. Que queda mucho camino por recorrer, queda. Que hay muchas falencias que subsanar, las hay. Que la composición de clase juegue en contra, es algo que habrá que combatir, con formación y política, donde la inserción en el mundo laboral es una tarea primordial.
De esta manera, el argumento trillado que acusa infantilismo, ultraizquierdismo y ser pequeñoburgueses, en contraposición al carácter inmaculado del partido de los trabajadores, se diluye. Es un recurso nostálgico, que apela a una realidad que ha cambiado. Los militantes de un conglomerado que genera leyes con el gran empresariado no tienen cara para decirle a nadie que le hacen el juego a la derecha, o que son burgueses (paradójicamente, es el mismo discurso que le predicó la Concertación al PC durante 20 años). Al menos no la tienen en términos políticos, siempre se podrá llevar todo al debate moralino de “quién es más pobre”.

El peso de la historia

De la misma manera en que la composición de clase no garantiza que el proyecto sea de la clase, la historia tampoco. Parte de la fe que los militantes del PC depositan en la rectitud de su línea política, está dada por la tradición partidaria. Una historia que emerge en el seno de los sectores más conscientes de la clase obrera del siglo XX, organizada en torno a la FOCH. Una historia que se ha escrito en las mismas páginas en las que se ha escrito la historia de la clase obrera, sufriendo las mismas penurias, las mismas miserias. El PC ha sufrido como ningún otro todas las olas de represión a la clase obrera. Más de un siglo de una historia muy rica, del que llegó a ser unos de los tres grandes partidos comunistas de Occidente.
Con esa enorme mochila es que se relaciona con otras organizaciones de izquierda, argumentando una tradición ligada al pueblo. Es cierto, es innegable esa historia de lucha junto al pueblo, la que no tienen (o no a ese nivel al menos) IL, UNE ni IA. Pero un análisis materialista no se hace en base a la historia, en abstracto, como si ésta operara como una suerte de fuerza astrológica invisible que determinará el quehacer presente. Porque, que quede claro, la política actual del PC no es congruente con esa historia. No porque en el pasado se actuó de cierta forma, todo lo que se haga ahora es parte de ese mismo actuar. Los virajes son posibles, las rupturas son posibles. La práctica política es algo concreto, permeable por el contexto (sobre todo si no se toman los resguardos teóricos para proteger dicha práctica de los asaltos de la ideología dominante). La historia no opera como un guardián espiritual que protegerá por siempre la línea política, garantizando que ésta sirva a los intereses de los trabajadores.
Es cosa de ver el caso del Partido Comunista Italiano. El partido de Gramsci, el más grande de los partidos comunistas de Occidente, con una tradición teórica y política riquísima. Con toda esa historia, con todos esos antecedentes, de cualquier forma terminó sucumbiendo a pretensiones socialdemócratas que incubaron una crisis que le impidió hacer frente a la caída de los socialismos reales. Hoy el PCI no existe; otros grandes partidos comunistas, como el francés o el español,  terminaron abrazando el eurocomunismo, que en realidad es una variante izquierdista de la socialdemocracia. Por lo tanto, si le ha pasado a otros partidos, con una historia casi o igual de rica, ¿por qué no le puede pasar al PC chileno?
De manera inversa, la historia de las orgánicas de izquierda a las que me he referido, está más ligada a un espacio reducido –el estudiantil-, a la marginalidad, al estancamiento. Sin embargo, no ver la ruptura respecto a ese pasado que hay en las candidaturas congresales de la IA, en el viraje orgánico y político de IL, y en el esfuerzo de unión de diversas organizaciones realizada por la UNE, es, sencillamente, negar la realidad concreta. Aquí, nuevamente, hay que ser enfáticos en señalar que la historia pesa, generalmente ejerce una inercia, pero no es un garante del presente o futuro. Tanto en el PC, como UNE-IL-IA hoy se encuentran en un proceso de ruptura respecto a su pasado. Los últimos, un viraje positivo, hacia adelante, que desafía una historia pequeña. Los primeros, un viraje negativo, hacia atrás, que deshonra una historia gigante de compromiso y lucha.

El mapa de la izquierda

Este reordenamiento de la izquierda en Chile configura un escenario totalmente nuevo, sobre el cual es necesario decir algunas cosas. Probablemente el ingreso del PC a la Concertación sea uno de los hitos más grandes dentro del mapa de la izquierda, en tanto ésta se queda sin el que era su mayor referente. Porque no se puede ser de izquierda y ser neoliberal. Y esto va más allá de sus militantes particulares –muchos de los cuales merecen todo nuestro respeto y admiración-; porque este debate no es psicológico o subjetivista. Es el aparato partido, como una totalidad, como una síntesis, el que hoy participa en un proyecto de restauración neoliberal y es, por tanto, neoliberal –aunque sea por omisión, para no ser tan tajantes-. Por lo tanto, el terreno vacío que queda en la izquierda es gigante.
Y precisamente el desafío está ahí: cómo volver a poblar ese espacio en la izquierda que el PC dejó. No se trata de hacer un PC 2.0, sino de cómo se levantan nuevos movimientos, nuevas organizaciones, nuevos partidos que sean capaces de llenar ese vacío con originalidad, con audacia, con creatividad. La tarea es difícil, pero no imposible. Tenemos los ejemplos del MAS en Bolivia, del Podemos en España, de Syriza en Grecia. Aunque cada uno responde a un contexto particular, se trata de nuevas organizaciones de izquierda, que han sabido ocupar un espacio vacante en la izquierda, que han sabido leer las demandas populares para encarnarlas en un programa que entendible y creíble. El pueblo ha empezado a ver a esas organizaciones a los representantes de sus intereses y los han favorecido con su voto por ello.
En Chile estamos varios pasos más atrás, pero no por eso vamos a renunciar a esa tarea. Al contrario, se hace más necesario que nunca. En ese sentido, son estas tres organizaciones: IL, UNE, IA, las que parecen haber entendido que este es el desafío hoy; la reconstrucción de una izquierda con inserción de masas, con vocación de poder, con capacidad de representar los intereses del pueblo. Las críticas que podemos hacerles son muchas (se mencionaron al menos dos; su composición de clase y su historia), las diferencias pueden ser también considerables. Pero en un escenario donde hay tantas necesidades tan urgentes, donde el movimiento social se encuentra en un estado tan incipiente y el Estado neoliberal parece todopoderoso, se celebra el crecimiento y la madurez que implica aceptar ese desafío y recoger el guante. No son decisiones fáciles, pero es lo que hay que hacer si se quiere dejar de ser la izquierda que predica cómoda sin ensuciarse las manos. Y hoy esta es la izquierda que recoge el guante, se arremanga y mete las manos al barro. No podemos decir que todo se hará o se haya hecho bien, que no se cometerán errores. Pero es el primer paso y quizás el más difícil. Por eso muchas de las críticas no se corresponden con la actualidad y obedecen a un pasado que ya no existe. Para quienes creemos firmemente en la necesidad de terminar con el neoliberalismo, entendemos que el espacio de construcción política está ahí, con todas las deficiencias que podamos detectar –sobre todo quienes venimos de una tradición militante tan distinta- y es a ese molino donde hay que echar agua si queremos tener una izquierda de masas con fuerza política para cumplir con las demandas del pueblo.



[1] En especial sobre ese ultraizquierdismo, Althusser lo señala muy bien cuando habla de la “deuda imaginaria” que se crean algunos jóvenes de origen burgués o pequeño burgués por no haber nacido proletarios. Una deuda imaginaria que intentan pagar con voluntarismo y el discurso más radical posible. Cualquiera que haya pasado por la universidad podrá dar testimonio de este comportamiento (muy cristiano por lo demás).
[2] Porque, digámoslo, la Nueva Mayoría sigue siendo la Concertación.

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